Lunes 23 de agosto.

Me acerco a mediodía a Madrid a las instalaciones de Sintonía, S.A., donde había quedado con Juan Carlos Cuello. Mientras lo espero trato algunos temas sobre derechos musicales con Caty Jiromé y Clifton J. Williams. Son varias las melodías que están
barajando para utilizar de fondo musical en la película. A través de Internet le seguimos la pista a "Miner's lifegard", título original de "La trova del mineru". Son muchos los cantantes que la tienen versionada. Más tarde Juan Carlos Cuello me comenta que necesita urgentemente hablar con José Antonio Quirós. Ha visto la copia montada de la película. Le ha gustado mucho. Pero se trata de algo diferente a lo que había imaginado leyendo el guión, asistiendo algunos días al rodaje y comentando cosas sobre ella. Sus comentarios son de verdad elogiosos. Ya ha desarrollado varias ideas para la música. Sabe lo que quiere.

Martes 24 de agosto

Quedo con Quirós para visitar a Fernando Pardo y hablar con él sobre algunos temas de última hora en montaje. Me presentan a Luis Castro y a Carlos Faruolo, que andan por allí dándole vueltas también a la sonoridad de la película. En el montaje se descubren cosas más allá del guión. Cosas que han pasado inadvertidas hasta en el propio rodaje. La entonación de una frase, una mirada en una toma determinada, el gesto de un personaje... o elementos colaterales que saltan desde el fondo a un primerísimo plano. Quirós me señala tres de estos elementos: el "hachu" y el "cascu" de Antonio Resines, y la chaqueta del sindicalista interpretado por Jesús Bonilla. A lo largo del montaje es preciso a veces condenar algunas tomas por una vibración o por un mal encaje. Pero en todas las que salen los tres elementos anteriores todo ha ido bien. Con ello, sus apariciones van hilvanando historias paralelas que dan cuerpo y forma a la historia general. Jugando con estos objetos, desde el principio hasta la última escena de la película, se la entiende como un todo. Sus apariciones parciales no son, pues, gags deshilvanados. Todo tiene un orden y un sentido. Se descubre otra visión de la figura del minero a través de la película. Antonio Resines no representa a ningún loco. Es real. El momento en que el camionero interpretado por Antonio Dechent se mete con ellos es clave en este sentido. La violencia está en el ambiente, pero no en la actitud de los personajes. La humillación que está sufriendo Resines tensa al espectador. Resines se contiene. Ya es bastante dura por sí sola la larga caminata. La tensión no resuelta en la pantalla se queda como un nudo en la boca del estómago del espectador. Me había sucedido lo mismo en "El sol siempre brilla en Kentucky", de John Ford. No se lo digo a Quirós no sea que se lo crea. Mientras repasamos las escenas se van recordando los momentos duros del rodaje: las dificultades técnicas y climatológicas, las tensiones entre el equipo, la soledad del director... Esto último es un asunto que no encuentro muy documentado en los diarios de rodaje leídos ni en las entrevistas realizadas por otros directores. Todos los que intervienen en una película tienen algo concreto que atender: el director de fotografía por la luz, el director artístico por los elementos de la escena, el ingeniero de sonido por la calidad de éste, el director de producción por la peseta, el productor por el conjunto de la inversión... El director de la película es el coronel de la novela de Gabriel García Márquez, que no tenía nadie quien le escribiese. Todos los ojos, en algún momento, caen en él. También los comentarios, las tensiones, los silencios, las decisiones. El director tiene que mirar a todos, se siente mirado por todos, pero, realmente, nadie mira por él. Al final del día, y día tras día, descubre que se encuentra solo. Cada día más solo. Me despido de Fernando Pardo con una pregunta: ¿Cómo lleva un montador la indecisión de un director? La respuesta es doble. Por un lado, Fernando me dice que todos los directores son indecisos. Al final, reconoce, también el montador lo es. Por otra parte, Quirós deja caer un comentario de despedida: indecisión es igual a sensibilidad.
Miércoles 25 de agosto.

Asisto con Ana G. Cano y con Alicia Luna al estreno de "La novena puerta" de Roman Polanski en el Kursaal de San Sebastián. Los guipuzcoanos, como antes sucediera con los vizcaínos por el Guggenheim, no ven con buenos ojos el edificio de Palacio de
Congresos de Moneo. A mí me encanta. Recuerdo que se habló hace años de un proyecto suyo para el Palacio de Oviedo. De haberse llevado a cabo, el oviedín del alma estaría igual de encendido que los donostiarras. Luego, con el tiempo, se hacen a ello y acaban siendo sus más acérrimos defensores. Al tiempo. Con esta película se inauguraba el Kursaal como gran sala de cine para el Festival de San Sebastián. Organizaba el acto Vía Digital, pero un buen número de personas responsables del Festival estaban presentes y tomando nota de todo lo que ocurría: se trataba de un ensayo perfecto en vivo, una forma de no ver repetidos los errores de esta inauguración dentro de tres semanas. El esplendor exterior del edificio deja paso a algunas críticas fundadas en el diseño de su interior. Pero, hoy, todo tenía poca importancia. Roman Polanski y Emmanuelle Seigner hicieron acto de presencia. Arturo Pérez-Reverte, escritor de "El Club Dumas", novela en que se basa el guión de la película, y Enrique Urbizu, adaptador de la novela, los seguían. Luego toda una corte de notables de la ciudad, alcalde y concejales incluidos. La sala estaba a rebosar. Muchas caras conocidas. Muchas más por conocer. Al final, aplausos. Comentarios para todos los gustos. La película no es la novela. En eso sale ganando. En ambas coincide una especial admiración por los libros antiguos. Más de aventuras de capa y espada en Reverte, y otra vuelta de tuerca más en las obsesiones demoníacas de Polanski. De todo ello me quedo con un comentario de Reverte a los medios de comunicación: "Buena parte de los actores no tienen el menor interés fuera del papel que encarnan". Correcto.

Jueves 26 de agosto.

San Sebastián es un paraíso a finales de agosto. Nos acercamos a comer a San Juan de Luz. El final del verano se deja notar en el tráfico por la frontera. No existe aduana: pero hay diecisiete kilómetros de retenciones por culpa del peaje de Biriatou, a cien metros de la línea imaginaria que separa al País Vasco entre Francia y España.

Viernes 27 de agosto.

Venimos a Bilbao a pasar el fin de semana. Últimos días de la retrospectiva de Chillida en el Guggenheim. A la hora de comer, como siempre suele ocurrir, no hay colas. Para septiembre anuncian una monográfica de Andy Warhol. Habrá que volver. Repaso las últimas notas. El domingo o el lunes regreso a Asturias y quiero tenerlo todo terminado. Quirós me llama y me dice que Enrique González Macho, director de la distribuidora Alta Films ha visto la película. Va a distribuirla y también está considerando presentarla en algún Festival. Berlín, por ejemplo. La idea me parece estupenda. Sería en la segunda quincena de febrero. No es mal sitio para darse una vuelta en pleno invierno. Lo animo. No necesita ánimo ninguno. Ve que todo concluye. Ve que todo va bien. Se le nota contento. Es un buen estado de ánimo para sobrellevar la soledad. Llevo tres meses escribiendo este diario. Toca tomarse un descanso. Desde el 14 de junio en que se dio el primer claquetazo llevo cerca de siete mil kilómetros, más de mil fotografías y del orden de doscientas cincuenta hojas manuscritas del diario.
Lo titulo, para terminar, Historias del Quirós, porque el rodaje y su entorno me recuerda el ambiente de las "Historias del Kronen". Me queda la sensación de que me lo han contado todo en la barra de un pub. Han sido muchos días y la resaca puede ser espantosa. Me acercaré, no obstante, por ese pub de vez en cuando a ver que siguen contando.