Como sobrevivir cuando eres tan estúpido como un músico de rock
2010 / 01 / 09 - El Comercio
La industria de la música es una máquina de asimilación de lo excéntrico. Todas las industrias culturales lo son. Pero en el ámbito de la música es donde más se evidencia. El punk es el ejemplo más claro. El pasado octubre tocó la banda Wire en el Joy Eslava de Madrid.
No hace falta ser muy mayor para recordar el tipo de público que acompañaba sus conciertos a primeros de los ochenta del siglo pasado. Crestas, cabezas rapadas, botas altas, pantalones pitillo elásticos, camisetas rotas y mucho imperdible. Se recuerda con cierta nostalgia la fuerza y el ruido de aquel Pink flag que los catapultó a la fama.
¿Qué queda de todo aquello treinta años más tarde? Camisetas de diseño de los ídolos de entonces. Alguna melena extraña recortada y coloreada en peluquería de diseño. Dos o tres históricos de aquel tiempo evidenciado en sus gafas de pasta de moderno reciclado.
El dibujante Matt Groening, principalmente reconocido como creador de Los Simpson, acaba de editar su serie de viñetas dedicada al infierno. El primero de la serie, El Cole es el Infierno. Entre los múltiples desguaces de todo tipo de personajes, profesores y alumnos de escuelas, colegios y universidades, analiza entre la serie de los poco espabilados a los músicos de rock. Una viñeta genial se titula: “Cómo sobrevivir cuando eres tan estúpido como un músico de rock”.
Más allá de la burla, en este despiece de cómic se encuentra la grandeza y la miseria del músico de rock. Ser en música el escritor que sueña con las mieles de Dan Brown y que lo imita. Repetir los cánones y estándares, una y mil veces trillados, de una música que pretende ser la música del tiempo y no lo es más que la imagen de Papa Noel: un estereotipo.
No pretendo hablar de música asturiana, sino más bien de la música que se hace en Asturies. Definir qué es música asturiana me parece complejo y, más que nada, inútil. Sí podría concretar determinados conceptos que, sumados unos a otros, podrían definir una manera especial de hacer música asturiana. Pero, en un mundo tan global, desde hace años es preferible hablar de la música que se hace desde Asturies, aunque sólo sea para consumo propio. El sueño de ese lenguaje universal que representa el rock ha quedado muy atrás y, además de en todos los ritmos estandarizados de la industria de la música, apenas se vislumbra siquiera en un concierto de punk llevado a cabo por viejas estrellas de punk.
Hace años asistí a un concierto de rock paneslavo en Serbia contra la injerencia de Estados Unidos y la OTAN en los conflictos internos de las antiguas repúblicas yugoslavas. Un hecho que, visto desde fuera, te daba la clave de cómo iba a terminar el conflicto: la juventud que, teóricamente, tendría que enfrentarse a occidente estaba empleando su lenguaje. Creían ser los jóvenes punk que compraron Pink flag a finales de los setenta, pero en esencia ya eran los espectadores del Joy Eslava de Madrid.
La historia del rock en Asturies sirve perfectamente para relatar esta decepción. Como en todas partes, a finales de los años cincuenta y a lo largo de todos los sesenta, significó vientos de cambio. Los diferentes trabajos que existen publicados sobre el rock en Xixón, Avilés, Uviéu, Mieres… hablan de una nómina cercana a los 500 grupos (bastantes más si contamos los que sólo llegaron a los primeros ensayos y si acaso al primer concierto). De aquel tiempo apenas que en la memoria un par de nombres. Idéntica nómina que resta de las décadas siguientes o de un movimiento como el Xixón Sound que tuvo, por vez primera, la suerte de contar con un equipo periodístico de marketing de producto.
Con todo, un número importante de jóvenes de cada nueva generación vuelve a apostar por el lenguaje del rock. Los medios de comunicación apenas atienden para ellos y el público por lo general da la espalda a sus propuestas musicales. Suenan a más de lo mismo y ni siquiera el empleo del castellano, en primer lugar, del inglés por parte de la generación de Xixón Sound o del asturiano de las últimas hornadas (radikal, rap, folk-rock…), a servido para que el género levantara cabeza.
Hace escasas fechas una revista a nivel nacional daba un repaso al estado de la cultura y de las industrias culturales en Asturies. Para sorpresa, en el apartado musical sólo se refería al rock. O sea, se refería a grupos que habían sonado hace años en un ámbito muy elitista. Y nada más. Como si Asturies fuera un territorio yermo en el que, hasta la música moderna, se había quedado en nada.
El rock, en todas partes y no sólo en Asturies, representa el conformismo, la repetición, la falta de perspectivas. Solamente a través de otros lenguajes musicales más arraigados, como el de la música clásica o el de la música tradicional, se sigue advirtiendo capacidad de innovación y de sorpresa (también, en buena medida, porque se atreven a incorporar elementos del rock, del jazz, del pop… sin prejuicios). Los mejores ejemplos nos los dan en este sentido un cuarteto como Entrequatre, nominado a los Grammys en el apartado de composición clásica contemporánea, una formación de cámara como el Ensemble Ars Mundi, que apuesta por tocar la música que les gusta a sus miembros más allá de los compromisos políticos de turno o las programaciones estereotipadas de zarzuela, ópera y temporada, o una voz como la de Mapi Quintana que consigue con su último trabajo ser a la vez música de un tiempo y de un lugar.
Por poner, simplemente, tres ejemplos de la música que se hace desde Asturies.