La gaita del oriente
2009 / 11 / 14 - El Comercio
En la edición del año pasado del festival de la gaita cántabra en Unquera estuvo presente como gaitero asturiano Ignacio Noriega, acompañado al tambor por Manolín el de Poo. Se trata de una celebración que nace en el 2002 de la mano de la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria. Desde entonces para acá han corrido muchos ríos de tinta y no parece que por el momento las aguas vuelvan a su cauce. La reivindicación de la existencia de la gaita cántabra es un hecho a lo largo de estos primeros años del siglo XXI. Los argumentos para su defensa no siempre son del todo válidos.
Pregunté por la gaita cántabra hace años a Ignacio Noriega con motivo de una celebración festiva en Cabezón de la Sal. Su comentario coincidía con el que había hecho al respecto el gaitero Pancho Galán, del pueblo de Llonín, en Peñamellera, el verano de 1980: hubo una época en que había bastantes gaiteros en La Montaña, pero todas sus gaitas se compraban a constructores de Asturies, los únicos que había.
Para un habitante mayor de la zona de los Picos d’Europa el topónimo de La Montaña no refería exclusivamente a la provincia de Santander, sino que incluía la comarca de la montaña leonesa y la parte más occidental de Cantabria. Aproximadamente el límite de la antigua provincia de la Asturias de Santillana, entre el río Sella y Santander capital.
Gaiteros como Ignacio Noriega, Pancho Galán o Remis Ovalle fueron una referencia para toda esta comarca natural alrededor de los Picos d’Europa, como antes que ellos lo habían sido Manolo Rivas, Remis Vega –padre de Remis Ovalle- o el Llanín de la Cogolla.
Siguiendo la pista del comentario de Pancho Galán sobre la influencia de la gaita en toda la comarca, entrevisté aquel mismo verano a Remis Ovalle, aprovechando la circunstancia de que ambos vivían a corta distancia: el primero en Cirieñu (Amieva) acompañando a su hijo Amador Galán, cura del lugar, y el segundo en Tornín (Cangues d’Onís). Por indicación del primero de ellos también pude hablar con el gaitero del grupo El Pericote, Ignacio Noriega, con motivo de la fiesta de la antigua capital asturiana.
Según las notas de la época todos los gaiteros entrevistados me hablaron de las gaitas del Cogollu y de José Remis Vega, como aquellas que se vendían por todo el oriente y que compraban y tocaban los gaiteros de La Montaña. Veinte años más tarde, en el verano del 2000, me habló de la gaita cántabra un miembro del grupo folk cántabro Luétiga, también en las fiestas de Cabezón de la Sal. Posteriormente, con la publicación del libro La gaita cántabra, de Roberto Diego, esta idea de la existencia de este tipo de gaita se extendió, concluyendo en la celebración citada al principio, del día de la gaita cántabra en Unquera.
La polémica estuvo servida desde el primer momento, a partir simplemente de la denominación del instrumento, primeramente llamado gaita astur-cántabra y, posteriormente, gaita cántabra. Nadie objeta, por lo general, que se trata del mismo modelo que la gaita asturiana. El único motivo de discusión es simplemente territorial y, por ello, si puede llamarse gaita asturiana un instrumento que se toca en Cantabria y que, como muestra el libro, existen una pequeña, en número de gaiteros, pero larga, en años, tradición de instrumentistas.
Mientras escribo este artículo escucho de fondo el último trabajo del Gaiteru de San Roque l’Acebal, Ignacio Noriega, fallecido estos días atrás. Se trata de la grabación editada por el Archivu de la Música Asturiana del Muséu del Pueblu d’Asturies, dentro de su colección de Fontes Sonores de la Música Tradicional Asturiana. Una colección en la que han visto recogidos sus trabajos otros gaiteros, como Clemente Díaz o Eduardo’l de Sabina, al lado de otros trabajos como el recientemente editado sobre el acordeonista Tomás de la Güeria.
Con Ignacio Noriega desaparece una de las grandes referencias de la gaita del oriente de Asturies. En el verano de 1980 otro comentario común a Pacho Galán, Remis Ovalle y el propio Ignacio Noriega, era que la gaita asturiana se moría con ellos, con los miembros de su generación. Solamente este último pudo ver por sí mismo que la realidad iba camino, ya en aquellos años, de ser otra.