Un váter francés
2009 / 07 / 29 - La Nueva España
Herbert Eugene Caen tenía nombre francés pero era de California. Desde finales de la década de los treinta hasta el 1 de febrero de 1997 en que murió escribió diariamente su columna “It’s news to me” (Es noticia para mí) en el San Francisco Chronicle. Le dieron por ello un Premio Pulitzer en 1996. Era una pequeña columna en un periódico, podríamos decir, de provincias. Pero era la columna que había inventado la palabra beatnik y popularizado el término hippie, además de haberle servido para protestar desde ella toda su vida contra la autopista del Embarcadero Freeway. Ahora la han demolido y construido una nueva, que no quita como la anterior la vista a la bahía. Y la ciudad de San Francisco le ha dado el nombre de Herb Caen Way... en su honor, con los puntos suspensivos característicos que tanto daban a entender en sus columnas.
Herb Caen desembarcó en Normandía el día D. Lo cuenta en una de sus magníficos comentarios sobre la segunda guerra mundial. Al llegar a Carentan, los nervios y la tensión propia de la batalla le desarreglaron el vientre. Al fondo de una calle vio un restaurante y salió corriendo hacia él. A la puerta se encontró con un paisano auténtico de esos que te sigues encontrando a la puerta de los restaurantes tomando un pastis y fumando en pipa. El francés contemplaba extasiado la entrada de las tropas norteamericanas. Aquello significaba la liberación de Francia y de Europa. Algo que llevaban tanto tiempo esperando.
Caen se le abalanzó corriendo, más que apurado, y le preguntó:
-Excusez moi, monsieur, ¿dónde hay un váter?
El francés abrió los ojos sorprendido, se sacó la pipa de la boca con la tranquilidad propia de paisano de toda la vida y le dijo:
-¿Un váter, monsieur? Toda la hermosa Francia, mon cher ami, toute la belle France está a su disposición.
Esta es Francia que me gusta y a la que sigo regresando cada vez que encuentro un hueco. La que me hace recordar por qué Jovellanos era afrancesado. La Francia que tiene de presidente a un hijo de Nagybócsai Sárközy Pál, un húngaro medio gitano. Algo absolutamente impensable aún hoy en esta España heredera por desgracia de Fernando VII.
Y ese es el tipo de columna que me encanta: la que es capaz de describir la batalla más cruel de la segunda guerra mundial a partir de algo tan simple como un retorcijón.