Una visita a Las Cuencas de la mano del director de cine José Antonio Quirós. Buscando localizaciones para su próxima película. Comprobando como la realidad y la ficción se dan la mano cuando se narra una historia que, sin necesidad de estar basada en hechos reales, se nutre de ellos.

  
     ¿Dónde termina la realidad? ¿En qué punto comienza la ficción? Nunca me había dado cuenta de lo difuminada que queda esta línea cuando hablamos de cine. Podrían jurarme que el guión es pura invención. Reconozco, no obstante, a los personajes. Me son cotidianas las situaciones. Hay algo en todo ello que trasciende la página impresa, como más adelante trascenderá la pantalla de cine. Ese algo que hace creíble la historia que se cuenta, que se ve. Que te hace saber que es realmente cierto lo que te están contando.
      
Llevo todo el fin de semana recorriendo los sitios más insospechados de Las Cuencas de la mano de la guionista madrileña Alicia Luna y del director asturiano (de Morcín para más señas) José Antonio Quirós. Hace un par de meses me leí el guión. Ya entonces me creí su historia. Ahora buscábamos los sitios por donde ésta debía desarrollarse. Sin pretenderlo, los propios personajes nos mostraban por dónde no perdernos.
      
La lampistería del pozo Tres Amigos. El lazo aereo que siguen los vagones cuando salen de la jaula. El cuartel abandonado de la Guardia Civil, luego okupado, ahora nuevamente vacío. La enésima capa de pintura de las viviendas sociales de Rioturbio, esta vez en tonos crema y chocolate. La pista de tenis cerrada con verja y candado del Hospitalillo de Ablaña. El silencio que rompen los pasos por sus salas sin enfermos y sus pasillos sin gente. El reguero de prejubilados arriba y debajo de Ablaña a Ujo. Los perros sueltos merodeando por el aparcamiento del pozo Nicolasa. El humo gris dibujado entre los árboles desprendiéndose del fondo de la tierra por su pozo de ventilación. La silueta solitaria y abandonada del castillete del pozo Llamas dominando el pueblo de Ablaña. El olor a carne muerta con la ventanilla bajada al paso por el matadero de Sueros. Nadie en la inmensidad del espacio sin nada del pozo Barreo. El deterioro que apuntan los cristales rotos de sus salas y oficinas. La bocamina histórica de Mariana, cuyas galerías ascendían numeradas monte arriba y hoy la toponimia las conserva. La imagen reluciente del botiquín recién pintado del pozo Santiago. El recuerdo de la rulotte rosa de Lo que necesitas es amor de Jesús Puente aparcada a la boca del pozo, rodeada de vecinos de Caborana. La serena majestuosidad de los edificios públicos y las casas del poblado de Bustiello. El recuerdo de que cuando un político no sabe que hacer con un edificio proyecta un museo y cuando restaura una escuela se inventa un albergue. La imagen de Turón, visiblemente mejorada por una mañana de lluvia y una tarde de sol, que refuerza los brillos de los verdes y apaga la memoria de su pasado ligado al carbón. De todas formas, el pozo Figareo a pleno rendimiento como para recordarle al valle lo que fue y lo que sigue siendo. El resplandeciente chalet de los Figareo, cedido a la Universidad, una manera bastante honrosa de sacarlo de los sueños de un presidente que lo quiso convertir en museo sanitario, de unos alcaldes que dieron vueltas y vueltas a su remodelación sin encontrarle destino y de unos vecinos que no proyectaban para él más allá de un local de asociación. Un recuerdo para el queso de Urbiés en el pueblo que lo nombra. Un descenso vertiginoso después del alto por el valle del río Samuño por una carretera olvidada de los fondos mineros hacia Langreo. La belleza sorprendente de lo que fueron las instalaciones de minas La Nueva en el poblado que lleva su nombre. El recuerdo de una canción que fue himno de toda la minería y que llevó por todas parte el nombre del pozo María Luisa en Ciaño. Los edificios de estilo industrial centroeuropeo en recuerdo de quienes fueron sus dueños. El recuerdo de otro tiempo en la torre restaurada de los Quintana. El ladrillo rojo de las oficinas del pozo Fondón. El castillete vigilando el almacén, la bocamina, la sala de máquinas y lo que en otro tiempo fueron las cuadras. El puente del corredor del Nalón, que une las dos orillas y rompe Langreo en Sama y La Felguera, que nunca se vieron más separadas. Las antiguas instalaciones de la factoría de Duro Felguera, ahora Valnalón, con sus refrigerantes como testigos mudos y su nuevo destino como centro de empresas. La sensación de estar en Inglaterra o en Bélgica ante las casas del barrio Urquijo. La montaña rasgada y el ambiente plomizo a la altura de Tudela Veguín, descendiendo por el Nalón hacia tierras exiliadas de Las Cuencas. Ante el pozo Olloniego un recuerdo a lo que nunca fue, al fondo de un pueblo remodelado en colores pastel al gusto provinciano de capital de provincias. Atravesar los túneles de la autopista hacia los túneles de la antigua carretera a Oviedo por lo que se llamaba la Frechura y ahora con sarcasmo llaman Valdethysen. Pararse en el límite entre Morcín y Riosa a repasar siglo y medio de historia carbonera delante de las modernas instalaciones del pozo Monsacro. Recordar, varios kilómetros más arriba, pasado el pueblo de Llamo, ante los restos abandonados de minas de Ríoseco que estamos delante de las explotaciones mineras más antiguas de Asturias.
      
Algunos de estos lugares saldrán reflejados en la película que proyecta José Antonio Quirós. Recorrerlos con él me ha servido para verlos con otros ojos. En otras escapadas de fin de semana ha recorrido el Museo de la Minería, el pozo Mosquitera, el pozo Entrego, el pozo Polio, el pozo Moqueta... su bloc de notas está cargado de apuntes.
      
Le recuerdo de hace dos años cuando me localizó en Oviedo y con la animosidad de espíritu que le caracteriza me convenció a ponerme delante de la cámara para dar mi opinión sobre lo que significó esta tierra para los miles y miles de emigrantes que vieron en ella una especie de tierra prometida. El documental se llamó Solas en la tierra y tuve la suerte de asistir a su estreno en el marco del Festival de Cine de Gijón. Nunca hasta él la historia de esta tierra se había contado desde el punto de vista de algunas de sus mujeres. Un documento único.
      
Al final de la tarde del último día, en la terraza del Capri, un monotemático Quirós -en palabras de Alicia Luna- repasa por penúltima vez la historia, recuerda los lugares y renueva los personajes. Recuerda algunos comentarios del mierense Luis San Narciso, director de casting y también conocedor de esta tierra y de sus gentes. Repasa con Ana Cano los diversos accidentes cotidianos de un día de botiquín. Con Francisco Barrientos las incidencias y sinsabores de la marcha de hierro a Madrid del 92. Queda con Víctor el del Lord para visitar al día siguiente las instalaciones del lavadero del Batán.
      
El proyecto entre manos tiene por título provisional ¡Pídele cuentas al rey! Nosotros se las pediremos a él