Urbanismo
2008 / 10 / 08 - La Nueva España
De Colonia al Caburniu, 1750 km, unas dieciséis horas. Teníamos cena de cumpleaños. Mi amiga Maite que se empeña en querer ser mayor que yo un mes al año. Volvemos a empatar en noviembre. Otra disculpa para otra cena. La edad no puede con nosotros. Aunque nos acabará pasando factura el colesterol. Y los triglicéridos.
Pare donde pare, Francia siempre gusta. A nadie extraña que sea el país más visitado turísticamente del mundo. Es envidia sana lo que produce. Enseña al que quiere aprender. Hicimos noche en Senlis. A las afueras de París. Un paraíso natural de bosques y pueblos con encanto. Viendo el viejo barrio recuperado uno se pregunta: ¿quién fue el listo al que le dejaron destrozar el barrio de La Villa de Mieres? Lo conocimos como un barrio pobre y viejo. Pero con dignidad y solera de barrio antiguo. Ahora es un barrio anónimo, sin vida y feo. Una barrio de casas bajas reconvertido en casas de pisos con bajos comerciales vacíos que no se van a utilizar en la vida. En la vida. Y siguen haciendo más.
De regreso siempre paramos en Gascuña o en el País Vasco francés. El español es como una fotocopia sucia de Figareo, Returbiu, Turón, La Nueva, Sotrondio, Blimea… Pero con más mierda. Paredes llenas de grafitis y carteles. En Les Cuenques los carteles los prohibieron. Se nota. Y a los grafiteros los contratan los concejales de juventud para hacer grafitis oficiales. Tan horribles como los ilegales. Pero al menos los grafiteros cobran. En Arcachon o en Biarritz no hay ni un cartel ni un grafiti. Ni urbanizaciones de nichos mirando al mar como en Peroño. Las primeras a partir de Irún. Aunque es en Santander donde el modelo Lluanco se desarrolló a lo bestia. Cada día me recuerda más a Castellón.
Como todavía hay gente bañándose en estas fechas en el Rin, decido ir a despedir el verano a Lluanco dándome un chapuzón. Como todas las grandes decisiones que se hacen en caliente, reposadas enfrían. Ni me baño ni voy a Lluanco. Como tengo que pasar por el estudio de grabación en Corvera, bajo a tomar unas cañas a Avilés. La gran desconocida.
Regreso para el Festival de Cortos. El equipo de producción me tiene tomado el despacho. Da gusto ver gente trabajando. Caras nuevas y caras antiguas. Los despachos en los que no se hace nada, envejecen y se pudren. Sólo vuelven a cobrar vida con la jubilación. Por eso, cuando algún funcionario se jubila, apetece contratar a la banda gaites para que lo despida. Es un día de júbilo. Doble. Para el que se va y para los que quedan.