Lecturas bajo el sol
2008 / 07 / 24 - El Comercio
Cuando tenía la edad de leer “El Señor de los Anillos” me resultó un tostón tan pedante, sobrecargado y lento que no pasé del primero de los libros. En cambio, me tragué sin más el “Periplo Escandinavo” de Johannes V. Jensen y la “Primavera Olímpica” de Carl Spitteler, enteras. Lo que, visto con ojos de hoy en día, me resulta más increíble. Cuando por alguna razón hablo de literatura alemana con algún autóctono y le comento que, con dieciséis o diecisiete años, devoré la “Primavera Olímpica”, no da crédito.
De hecho, lo que más me ha gustado siempre de esos dos libros es que nunca conocí a nadie que los hubiese leído. Y pregunté en Dinamarca por Johannes V. Jensen y en Suiza y en Alemania por Carl Spitterler. Todos conocen a estos autores. Como nosotros a José Echegaray y nunca hemos asistido a una sola obra de teatro suya, ni mucho menos hemos leído ninguno de sus versos. Y, con todo, los tres recibieron el Premio Nobel de Literatura allá a primeros del siglo XX.
Con el tiempo, como aún conservo en casa la vieja edición de mi padre de ambos libros, pregunté en librerías y bibliotecas por ver si existía una moderna. Nada de nada. Posiblemente haya sido que no tuve suerte. Y lo de suerte lo comento porque, en una de mis pesquisas por bibliotecas, encontré la novela “Historia Universal de Paniceiros” de Xuan Bello, en su versión castellana, en la sección de libros de historia. Viendo esto, supuse que hasta el momento estaría enfocando mal mis preguntas. Por la “Primavera Olímpica” debería preguntar en la sección de Deportes y por el “Periplo Escandinavo” en la de Viajes. Como por la de “El Señor de los Anillos” en la de Orfebrería y Trabajos Manuales.
Después, también con el tiempo, me tocó leer esta última cuando mi hija tuvo edad para ello. Como tenía la edición original en inglés me puse a ello cargándome de moral. Pero volví a no pasar del primer libro. Por más que, a la luz de la lamparilla de la mesita, fue cayendo poco a poco algún capítulo suelto de los libros siguientes hasta que, de golpe, a la altura del libro tercero, mi hija cerró el libro y me dijo: “Esto no hay quién lo sufra”.
Con el pequeño aún no ha llegado la edad correspondiente al libro, aunque tras ver las películas no creo que le quede mucha moral como para enfrentarse a la saga. No obstante, las noches las ocupamos con lecturas por el estilo, bastante más infantiles –si en esto puede hacerse una gradación numérica-, del tipo de “Las Memorias de Idhún”, de la escritora valenciana Laura Gallego, que va por la sabediós de edición. Al menos doy fe que terminamos el primero de los libros. El segundo se nos cayó de las manos cuando apareció sobre la mesita de noche “Un espía llamado Sara”, de Bernardo Atxaga. No sólo infinitamente más pequeña, sino también más entretenida.
Al volver a caérseme de las manos en mi segundo intento “El Señor de los Anillos”, regresé a mi biblioteca a reencontrarme con el “Periplo Escandinavo” y la “Primavera Olímpica”. Es duro reconocer que ya no tengo edad para ellos. El primero se deja leer, aunque me acabó resultando pesado. El segundo no me podía creer que alguna vez lo hubiese leído.
Cada lectura tiene su tiempo. De las de aquellos años me ha vuelto a pasar con más libros. Tenía en un altar “La hoja sarracena” de Frank Yerby y, tras avanzar rápidamente las primeras hojas, preferí seguir manteniéndola en el pedestal de los pocos años que acabar renegando de ella.
De todas formas, de aquel tiempo, conservo una especial adoración por los libros gordos, llenos de letras y hojas, que devoraba no queriendo que se terminaran nunca. Del tipo de “El Conde de Montecristo” y de “La mil y una noches”, en este caso en la traducción de Vicente Blasco Ibáñez. Una fidelidad que mantengo en estos días que voy por la página novecientos y pico de “La enfermera de Brunete”, de Manuel Maristany, y por la –creo que- última parte de la saga de Paniceiros de Xuan Bello, de la que ya hablé en esta misma sección hace un par de semanas.
Que somos carne de saga literaria nos viene de antiguo. Los libros sagrados de nuestra infancia fueron sin duda “El Quijote” y “La Biblia”, y pienso que por este orden, porque de una forma u otra a aquel seguimos volviendo por propia decisión y el segundo nos sigue llegando capítulo a capítulo en bodas, bautizos, comuniones y entierros.
Con todo, la saga de “La Biblia” resulta tan soberbia como lectura que empequeñece a todas las modernas que, de una manera u otra, la imitan. Quizás sólo el “Periplo Escandinavo” pueda mantener su altura de creación de una mitología coherente y estilo literario. Quizás también por eso se me caen de las manos con tanta facilidad otras del tipo de “Las Memorias de Idhún” o “El Señor de los Anillos”, por no mentar a “Harry Potter” –que se cae bastante peor- o “Canción de hielo y fuego”, de George R. R. Martin, autor que estuvo estos días dando una vuelta por la Semana Negra, llevando él solo más libros vendidos que todos los otros autores juntos y que todos los asistentes al evento.
Por eso, porque “La Biblia” marca la diferencia, acabé leyendo “El Corán” –que no deja de ser un refrito de historias del anterior-, “El Libro del Mormón” –que no entiendo como contando una historia tan graciosa como las peripecias del profeta Moroni hijo de Mormón por los Estados Unidos de antes de Jesucristo, resulta tan aburrido- y “Dinámicas de la Vida”, de L. Ronald Hubbard –que es el que inspira a Tom Cruise y a los cienzólogos, y con eso ya está dicho todo.
Marcho para la playa. Para compensar la carga ideológica de derechas de “La enfermera de Brunete” regreso a “El gran ejército de la bandera negra”, de Georges Blond, donde los anarquistas son los herederos del reino de Dios en la tierra. Como puede comprobarse, otro libro gordo, lleno de letras y hojas.