Ser pijo
2008 / 08 / 09 - El Comercio
Ahora, cuando la gente piensa en el verdadero significado de ser pijo, lo último que se le viene a la cabeza es Mieres. Pero el pijo asturiano moderno, mal que les pese a algunos, nació en Mieres a primeros de los sesenta. Uviéu era una capital de provincia, invicta y heroica, pero triste y gris. Xixón tenía playa, pero tuvieron que esperar a que fueran a bañarse los de Les Cuenques para que aquello cogiera ambiente. Avilés era más feo que Sama y La Felguera juntas.
En Mieres había dinero y ganas de gastarlo. Las minas funcionaban a tope y se abrían nuevas. La fábrica estaba a pleno rendimiento. Las barriadas se modernizaban. Los que habían llegado de fuera hacía diez y veinte años ya eran de Mieres de toda la vida. Sus hijos acabaron siendo más de Mieres que los de Mieres.
El Mieres pijo tenía el Paláu, el Capri, el Yaracuy, el Gardens, el Babys e Il Gattopardo. Templos modernos. El sumo sacerdote de muchos de ellos era Chus Quirós. La banda sonora la ponían los Beatles, pero también Los Mustang, Adamo, Rita Pavone, el Dúo Dinámico y Los Archiduques. El que quería pasárselo bien venía a Mieres. Terrazas en invierno sólo las había en París y aquí.
En aquellas terrazas de puso de moda el “cacharru en vasu finu”. Siempre fue una seña de identidad. Después se exportó a todas partes. Pero Pepe’l del Capri recordaba cuando se fletaba un camión para ir por Coca-Cola a Francia, antes de inaugurarse la fábrica de Colloto. Un “cacharru” que ya se llamaba cubalibre en Mieres bastante antes de lo de Fidel.
Ser moderno significaba ser guapo y de izquierdas. De derechas quedaban los de siempre, los feos, los que mandaban algo en la OJE, los profesores de formación del espíritu nacional y los prubinos a los que se les había pasado el arroz de los tiempos. Tampoco te creas tú que cambiaron mucho las cosas. Si acaso que algunos de derechas quisieron ser pijos para poder ligar un poco y no llegaron más allá de aprender a anudar el jersey al cuello. No cambiaron mucho en los últimos cuarenta años.
No porque lo pinte así todo fueron buenos tiempos. Las huelgas de los años sesenta marcaron profundamente a la gente. Muchos tuvieron que marchar a Europa a trabajar. Forzosamente. La policía pretendía seguir siendo la policía de otros tiempos y acabaron siendo la imagen patética de un tiempo que se iba. José Afonso vino a cantar a la Asociación Amigos de Mieres. Unos años más tarde, la revolución de los claveles se celebró en Mieres con más ganas que en Coimbra.
Con el tiempo, al ir a bañarnos a Xixón y a estudiar a Uviéu, acabaron copiándonos la pijería. La alcaldesa y el alcalde respectivos aprendieron a ser pijos a base de conocer gente de Mieres. La alcaldesa de Avilés ya pertenece a otra quinta. Y la historia de Avilés es otra historia. Como de otro país. Lo mismo que Lluanco. Para los de Mieres ir Xixón o a Uviéu era no salir de casa. En cambio, cruzar Avilés y llegar a Lluanco era salir al extranjero. Avilés era Marsella y Lluanco la Costa Azul.
Candás, por el contrario, era del mismo país que Xixón y Uviéu. Lo sigue siendo. De hecho todavía ahora se llama La Frontera el primer pueblo camino de Lluanco según sales de Candás. Lluanco tenía, además, la enorme ventaja de que no llegaba el tren. Y, así, el turismo de toalla de HUNOSA se quedó en Candás, que estaba cerca, o se fue hasta Llanes. Las cosas siguen, poco más o menos, igual.
Con los años, la “beatiful people” de Mieres se acabó instalando en los alrededores de Uviéu. Si les sigues un poco la pista a quien manda en los partidos que mandan te encontrarás siempre a gente de Mieres. Es lo que queda de aquella izquierda pija y encantadora. Se aprovecharon de su origen para tener pedigrí. Luego, poco a poco, le fueron dando la espalda a sus orígenes. Al final acabaron por darle una patada a su padre putativo, el SOMA, que los había convertido en obreros.
Estos exiliados voluntarios de Mieres hicieron maravillas para perder su acento. Intentaron por todos los medios que no se les escapara un “ye” en la conversación y mucho menos un femenino terminado en “es”. Y ahora que mandan bastante votan en contra de todo lo que huela a “asturianu” para que no se los vincule nunca a su tierra.
En el fondo su historia no deja de ser triste. Fueron capaces de cambiar el mundo. Ahora, el mundo necesita quitarlos a ellos del medio para poder seguir cambiando. Porque ahora, los que quedan son como los de derechas de cuando eran jóvenes: feos, antiguos miembros de una organización juvenil y modernos adalides de una formación del espíritu nacional puesta al día. En fin, como entonces, unos prubinos a los que se les pasó el arroz de los tiempos.
Los que somos de Mieres sabemos que esta historia tiene nombres y apellidos. Escribo este artículo desde una terraza de la Plaza Mayor de Xixón. Aunque lo intente no pasan cinco minutos sin que salude a alguien de Mieres. Por la mañana me estuve bañando en la playa de Lluanco. Tres pares de lo mismo. A medio día comí en Uviéu. Igual.
Menos en Mieres, donde cada vez quedamos menos, en todas partes hay gente de Mieres. Suele ser, por lo general, gente muy sana. La mayoría sigue teniendo por seña de identidad un acento inconfundible. Cuando te encuentres con alguien que lo ha perdido ya sabes de quien se trata. Lleva el pueblo escrito en la cara, pero el piensa que no. Los del Uvieín del alma se ríen de él a sus espaldas, pero él no se entera.
Por más que se esfuercen votando en contra del “asturianu” en el Parlamento los del Uvieín del alma van a seguir riéndose de él.