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Edipo Rey

2008 / 08 / 23 - El Comercio

Edipo Rey

Seguro que os suena un programa de actividades de la Consejería de Cultura que se llama Circuito Asturiano de Teatro. Lleva años funcionando. Es probable que hasta hayáis visto alguna de las obras del programa en alguno de los auditorios, teatros o salones de actos de alguno de los veinte ayuntamientos asturianos que pertenecen al Circuito. Como programa funciona bien por varias razones. La primera, porque las personas responsables administrativamente del programa lo hacen bien. En segundo, porque el Circuito permite que ayuntamientos que de otra forma les costaría económicamente afrontrar un programa de estas caractarísticas puedan llevarlo a cabo. Y, en tercer lugar, porque el teatro tiene su propio público y ganas de verlo. Pero, también, el programa funciona mal por otras varias razones. La primera, porque a los programadores de los ayuntamientos llega un listado de propuestas, muchas de las cuales son más antiguas que el propio Circuito. En segundo, porque el volumen de riesgo, de apuesta por nuevas propuestas, de los grupos de teatro es cada año más reducido. Y, como no, en tercer lugar, porque el público es inteligente y sabe escoger y, claro, se cansa de más de lo mismo. Sería necesaria también una crítica a los propios programadores municipales; pero, como parte que soy del gremio, la dejo para los responsables de los grupos de teatro y para la parte del público que lo considere oportuno. Comentando estos aspectos en Navarra con los responsables de idéntico programa en la comunidad, llama la atención que las críticas incidan sobre lo mismo. En general, sobre el mal momento por el que están pasando los grupos de teatro, por un lado desde el punto de vista económico y, por otro –según algunos comentarios resultado de lo anterior-, de la falta de nuevas ideas y su conversión en nuevas y atractivas producciones. De alguna forma, tanto en Navarra como en Asturias, muchas voces apunta a que la comodidad del propio Circuito y la política de subvenciones está poco a poco acabando con el teatro o, al menos, con la imaginación. En Asturias el peor de los ejemplos lo tuvimos hasta hace escasas fechas con el desastre del programa relativo a música –tanto la popular como la que abarca todos los apartados de la clásica-. Este año se le está intentando dar una vuelta ahora que nos acercamos a finales de año, pero nunca las prisas han sido buenas consejeras. Por más que el programa tenga de mano un punto absolutamente positivo con respecto a programas anteriores: los ayuntamientos tienen que hacerse cargo económicamente de una parte del gasto de los conciertos. Hasta ahora la política del todo gratis había llevado a que, buena parte de los ayuntamientos, pasaran completamente de los conciertos, dándose situaciones esperpénticas de conciertos no anunciados y de otros a los que se llegaba y el programador no sabía nada de ellos. En Cataluña los compañeros técnicos de gestión cultural fueron más radicales al comentarme los buenos resultados de sus programas teatrales. En concreto vinieron a decirme que allí funcionaban porque todos contribuían económicamnente al resultado final: el gobierno apostando por las producciones, los ayuntamientos contratando las obras y el público pagando la entrada. Y, como comentario adicional -y políticamente incorrecto o políticamente dolido, según se mire-, porque aún les queda dinero para subvencionar el teatro de Extremadura, Murcia y Asturies, y que de este modo a los espectadores de dichas comunidades les salga gratis, los grupos de teatro vivan de las subvenciones y los gobiernos respectivos de rentas. Como estudié en esa Comunidad tan crítica y les entiendo cuando ejercen la crítica en su propia lengua, acabo siendo tan crítico como ellos y compartiendo buena parte de sus planteamientos. Al menos, los que les dan la razón en el hecho de que sus grupos de teatro arriesgan en sus propuestas mucho más que los de cualquier otra comunidad, tanto en el apartado comercial como en el de todas las gamas de las experimientación. Con la ventaja de funcionar en su tierra en su propia lengua y, en bastantes casos, ser capaces de representarla en castellano o en francés, ampliando de este modo su mercado considerablemente. La importancia del mercado de la lengua se advierte comparando la diferencia entre los grupos que emplean el vasco en Navarra y los catalanes. Bueno parte de los primeros forman parte de un teatro militante que pretende que la Fundación Príncipe de Viana –la manera en que allí se llama el equivalente a la Consejería de Cultura- les contrate para representar en vasco en tierras como Tudela o Castejón. Lo que lleva al absurdo de hacerlo y comprobar que el número de asistentes a estas representaciones roza el ridículo. Pero un ridículo militante. Los grupos catalanes, como indicaba, mezclan la intelencia con el pragmatismo. En fin, que para olvidarme del teatro nada mejor que pasar unos días en el Festival de Teatro de Mérida. Escribo estas líneas después de asistir al estreno de Edipo Rey, en la nueva versión de Jorge Lavelli y José Ramón Fernández. Lo impresionante de una propuesta de estas características es saber que en Asturies existen personas y grupos con suficiente capacidad para afrontar retos iguales. Estoy convencido de ello. Por más que, las únicas veces que aparecen en público los responsables teatrales sea para criticar la programación de Laboral Escena o para quejarse de la política de subvenciones. Criticar, como siempre, es fácil. Sin ir más lejos, estoy haciéndolo yo en estas líneas y no me ha costado ningún trabajo.




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