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Anti alguien

2008 / 09 / 06 - El Comercio

Anti alguien

Cuando la antepenúltima guerra yugoslava nos tocó ser anti serbios, como ahora nos toca ser anti rusos en la de Georgia. Por el contrario, a los croatas y los bosnios les tocó llevarse la mejor parte. Como ahora a los georgianos. Poco después, en la penúltima yugoslava, los croatas hicieron igualmente de malos, pero acabaron llevándose la peor parte de nuevo los serbios. Algo que terminaron corroborando en la última -por el momento-, la que llevó a la independencia a Kosovo.

En la guerra de estos días de los que menos nos acordamos es de los osetios y de los abjiazios. A aquellos los llama la prensa osetios del sur por ser la parte sur de Osetia la que se incrusta en Georgia. De los de Abjiazia, como quedan en una esquina, se habla menos. Aunque la historia de cada país es la historia de un mundo propio, en este mundo cada vez más global su historia no deja de ser la nuestra, por muy lejos que nos quede, por muy desconocida que la tengamos.

Esa guerra pequeñina en un sitio escondido del mapa del Cáucaso tiene que ver con las elecciones de Estados Unidos. No lo digo, lo dice Vladimir Putin. Como tiene que ver con el proceso de enfrentamiento planteado por el presidente Ibarretxe. Y tampoco lo digo yo, sino que insiste una y otra vez nuestro Ministro de Asuntos Exteriores que no tiene nada que ver. Y cuando tanto se insiste en que algo no tiene que ver con algo, es que algo hay.

Hace años, en el 2001 exactamente, la UNESCO declaró Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad el canto polifónico georgiano. No se trata, como en el caso del Patrimonio asturiano de la Humanidad de algo físico, sino de algo tan realmente “inmaterial” como la particular manera de cantar de esta gente, uno de los testimonios más impresionantes de un pueblo que ha sabido mantener su lengua y su cultura arrinconados como siempre estuvieron entre pueblos turcos y otros grupos islamizados.

Por más que Georgia sea pequeña, su canto polifónico varía de un extremo al otro. Así, la declaración de Patrimonio de la Humanidad abarca tanto la polifonía compleja que se practica en Svanetia, como el diálogo polifónico con un fondo de bajo continuo del oriente –en la comarca de Kajetia-, como también la polifonía característica del occidente, que podría entenderse como una variante más diversa de la primera. Buena parte de estos cantos están asociados al cultivo de la viña y se remontan al siglo VIII –más o menos por el tiempo en que Pelayo andaba reclutando pastores por los Picos d’Europa.

Pero, con todo, esta historia y esta cultura tan impresionantes del pueblo georgiano no me hace olvidar que, una vez extinta la Unión Soviética, el primer gobierno del país decretó que los abjiazios no tenían derecho a Universidad porque su lengua y su cultura no tenían la categoría ni la antigüedad de la georgiana. Como es de entender, a esta prohibición se extendió la de enseñar o aprender su propia lengua y la de no declararla oficial en su ámbito –algo que como asturianos sabemos perfectamente en qué consiste.

Georgia era un nuevo país, con una nueva clase dirigente, con los nuevos horizontes que planteaba ser independiente. Pero no por ello quiso desprenderse de las prácticas aprendidas y que sobre ellos –contra su propia lengua y su cultura- habían practicado tantos pueblos invasores, turcos y rusos. De Kosovo ya hablé en otros artículos, pero su historia nos recuerda tanto la georgiana que no me extraña que nuestro Ministro Moratinos vuelva a insistir que no tienen nada que ver.

Inexplicablemente en este caso se los llama kosovares y no albaneses del norte –seguramente las normas no escritas del lenguaje políticamente correcto nos llevan a no querer establecer ningún tipo de similitud entre ambos casos.

Como en el caso de Georgia, de los albaneses de esa parte del mundo me quedo con su impresionante isopolifonía popular, también declara Patrimonio de la Humanidad, en este caso en el año 2005 –a la vez que La Patum de Berga, en España, que alcanzó este reconocimiento que sólo contaba con él, desde el 2001, el Misterio de Elche.

Esta isopolifonía está emparentada con la liturgia bizantina y su nombre proviene del bordón que acompaña el canto polifónico –como la nota que emite el roncón de la gaita, siempre constante, mientras el punteru desarrolla la melodía-. Este bordón se ejecuta de dos maneras diferentes, como un zumbido continuo correspondiente a la vocal “e” o siguiendo el ritmo.

En fin, lo impresionante de esta historia que cuento es que, para aquellos que tenemos como verdadero país la música, la historia de Georgia, de Abjazia, de Kosovo o de Albania entera, nos resulta cercana. Las ruindades que se suceden, las guerras que se provocan, los delitos culturales que se producen los llevan a cabo una casta de políticos que tiene poco que ver con este mundo. O, por lo menos, no quiero creer que tengan que ver.

Esta lengua común que hablamos –la de la música- es tan impresionante que la entienden a la perfección georgianos y albaneses. El vehículo que tenemos en la actualidad para comunicarnos –el correo electrónico- es mágico. En pleno conflicto he recibido un archivo mp3 desde Tiflis –que ahora la prensa llama Tbilisi-. En pleno conflicto, igualmente, les he contestado y les he enviado una canción a dos voces de los hermanos Valle Roso, “Mocina, dame un besín”. No necesitan saber asturianu para entenderla. No necesitan siquiera saber que somos como los abjazios de su tierra –en una esquina del mapa, con una lengua propia no reconocida, con una cultura propia no valorada como tal.

Lo fácil siempre resulta ser anti algo.




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