50 grados
2008 / 06 / 28 - El Comercio
Cada vez que quiero morirme de envidia en estas fechas llamo a los amigos de Écija y les pregunto a qué temperatura están. Para el que no tengas conocidos allí es suficiente con que busque por internet cualquier página del tiempo. La temperatura de Écija siempre es una referencia en toda Europa al tener registrada la máxima alcanzada en este continente -creo recordar que cincuenta y dos grados, en las condiciones idóneas de medición previstas por el instituto meteorológico correspondiente.
Para mí sigue siendo razón de envidia esa temperatura porque después de vivir dos años en Écija no volví a sentir nunca más calor. Ni siquiera el año pasado cruzando el Wadi Rom en estas fechas con “Los siete pilares de la sabiduría” de Lawrence de Arabia bajo el brazo. La fama ecijana de freír un huevo sobre una piedra expuesta al sol crees que es un simple reclamo turístico hasta que estás allí. Cuando te dicen que los obreros de la construcción empiezan a trabajar a las cuatro de la mañana en horario de verano, para poder dejarlo a medio día, te das cuenta que hay algo más que la leyenda.
Con todo, yo sigo recomendando a todo el mundo que de paso hacia el sur, hacia las playas de Zahara de los Atunes o hacia Marbella, no deje nunca de hacer un alto en Écija. No se trata exclusivamente de ver la maravilla de sus torres y del entramado de sus calles, sino de sentir al sol en su máximo esplendor. Si eres asturiano y como tal piensas que el sol es ese medio huevo frito que aparece de vez en cuando entre las nubes, Écija es el paraíso para disfrutar del espectáculo único del verdadero sol.
Mi primer verano allí fue el del 82. El calor de marzo era el de París o Berlín en agosto. Las ferias del pueblo abren boca a las de abril en Sevilla. De hecho son la mejor pista de entrenamiento para llegar a ellas entero. Las sevillanas que van a triunfar en abril se estrenan en esta fecha en Écija. En mayo, para los del norte como yo, el calor ya no tenía nombre. Con todo, me apunté a mi primer Rocío.
Ya sé que en Asturies tenemos fiestas que son únicas, con una atracción de gente tan impresionante como Les Piragües o todo lo que gira alrededor de Begoña en Xixón. Pero el millón de personas que suelen arremolinarse en la llanura de la ermita del Rocío, bajo una nube de polvo y mosquitos, y un sol de justicia, no tienen comparación con nada en el mundo. Y tuve ocasión de comprobarlo a lo largo de los años desde fiestas como Les Falles de Valencia hasta la peregrinación de Fátima –tanto la de la Virgen en Portugal como la de la hija de Mahoma en Damasco.
El Rocío me hizo darme cuenta de que no se reúne tal cantidad de gente por una cuestión de fe, sino simplemente por un hábito mantenido en el tiempo y un deseo de pasárselo bien. En el fondo siempre me pareció que había tanta devoción en Les Piragües como en el Rocío. No es broma. Las imágenes de televisión nos muestran la toma nocturna de los almonteños a su ermita para sacar a la Virgen. Posiblemente haya detrás de ello un cierto acto de fe. Pero, con todo, las imágenes muestran la euforia desatada de dos o tres mil personas y, si acaso sumando los que se acercan de mirones, la de diez mil merodeando. Pero, el resto, hasta un millón de personas –que el informe de la guardia civil de este año daba por ampliamente superado-, tiene muchas más cosas que hacer a esas horas de la madrugada.
Después del orbayu perseverante entre San Xuan y San Pedro, llamé a Écija. La temperatura en este tiempo supera, día tras día, los cuarenta grados. En cambio, leo las notas de El Tiempo y apenas llega a esa cifra. Es fácil de entender. Mide de manera diferente el termómetro meteorológico al que tiene la gente en su casa en la ventana. Cuando en el verano del 82 el hombre del tiempo dijo que se habían alcanzado los cincuenta grados, el termómetro de la ventana de mi casa marcaba sesenta y dos.
La prueba de que los sesenta y dos de mi termómetro eran más reales que los cincuenta del instituto meteorológico la daba la compañía telefónica con un cartel que colgaba a la puerta de las cabinas, en aquel entonces todavía enteras de cristal: “Atención. En verano mantenga las puertas abiertas antes de llamar y una vez esté haciendo la llamada. La temperatura en el interior de la cabina puede superar los ochenta grados”.
De todas formas, en el norte entendemos perfectamente a los madrileños y su especial empeño en venir a dormir por vacaciones. En Madrid, es cierto, en casas sin aire acondicionado, es difícil conciliar el sueño casi a partir de San Isidro. También los madrileños entienden que nosotros escapemos como tiros de este infierno de orbayu y nublina. Dante se equivocó en la Divina Comedia. En el infierno no sólo hacía calor. El infierno particular para los asturianos –y seguramente también para los esquimales- sería pasar toda la eternidad en las mismas condiciones que pasamos entre San Xuan y San Pedro.