Duró lo que duró
2015 / 10 / 11 - La Nueva España
Estuve por segunda vez en Ljubljana en el 93. Eslovenia acaba de celebrar su segundo año de independencia. La vez anterior que habíamos estado todavía existía un país llamado Yugoslavia. Ahora todo era nuevo. El gobierno era nuevo. La lengua sí que era nueva. Hasta entonces nunca había sido oficial el esloveno. Casi todo el mundo la hablaba, pero no había ninguna tradición de escribirla. El escudo era más nuevo todavía. Como no tenían nada identificativo del país como patria, pusieron la silueta de un monte y se quedaron tan a gusto. La policía, que era nueva también, lo lucía ostentosamente en sus hombreras. Igualmente nuevo, el himno. A partir de una estrofa de un poema del Preseren, el único poeta al que le había dado por escribir un poco en esloveno. Se titula “Zdravljica”, que significa “Brindis”. Es una de las primeras palabras que aprendes de esloveno. Tampoco vas a aprender muchas más. No te esfuerces.
Como todo país nuevo, también quiso dotarse de un Museo de las Bellas Artes Eslovenas. Si apenas hubo escritores que escribieran en esloveno, calcula el número desbordante de artistas nacionales. Los habitantes no llegaban a dos millones. Lo cierto es que no da para tener mucho de nada. Lo que no quitó para que, también, proyectaran un Museo de Arte Contemporáneo Esloveno. Que visité. Que no sé de nadie más que haya visitado. Pero, seguramente alguien más lo haya hecho, porque allí sigue. Los conserjes, muchos conserjes, uno o dos por sala y hay muchas salas, dormitan en sus sillas. De aquella no valía un pimiento –dicho en lenguaje artístico-. Ahora quisieron mejorarlo con la incorporación de la colección internacional Arteast 2000+, que aglutina pintores ignorados y censurados en los ex países del este. En mi último recorrido estaba yo sólo. Todas las salas para mí. Todos los conserjes mirándome raro.
Esta misma mañana, tomando el café -uno de los cafés, no puedo decir cuál porque mi médico lee los artículos y luego me riñe por la cantidad de cafés que tomo-, el comentarista de turno de barra de café me dijo que era “una vergüenza que la Casa Duró no fuese el gran museo de arte contemporáneo que Mieres necesitaba”. Casi se me atraganta el pinchu de tortilla que estaba comiendo. La historia ya se conoce. Hace unos cuantos años se cerró la Casa Duró. Teóricamente porque no iba nadie. Lo que no es argumento. A este tipo de historias va el que va, que son pocos, muy pocos, pero no es nadie porque nadie es nadie. Se cerró porque se planteó un proyecto liderado por el anterior director del Bernaldo de Quirós, José Fernández, de exponer en él los fondos artísticos del Instituto. Para llevarlo a cabo se necesitaba el apoyo de la Consejería de Cultura. Lo que hace años significaba lo que al final resultó: si algo va a depender de lo que sobre ello opine la consejera de cultura (anterior), no se hará nada. Y nada resultó. Tardaron cerca de tres años en contestar. Para nada. Tres años. El proyecto de José Fernández no era ni bueno ni malo. Todo proyecto es bueno si se gestiona y se vende bien. Y es malo si cae en manos de políticos que dan la orden expresa de que no se haga nada.
La nueva dirección del Bernaldo de Quirós dice ahora que descarta llevar sus obras a la Casa Duró. El argumento es aplastante: “la colección se fue reuniendo para que los alumnos convivieran en la vida cotidiana con las obras de arte y la belleza”. Lo que es cierto, en términos éticos: la colección es de quienes estudiamos en ese centro educativo porque se pagó con nuestro dinero. Lo que es falso, en términos económicos: la colección pertenece al gobierno del Principado y la dirección no tiene capacidad de decisión sobre ella. De manera que, entre lo cierto y lo falso, nos queda lo real: la colección no tiene el interés suficiente como para exponerla en un espacio como la Casa Duró porque está perfectamente donde está. El que quiera verla ya sabe dónde hacerlo. Y, de paso que la ve, visita el propio centro Bernaldo de Quirós que es más interesante por el continente que por el contenido.