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Los ayuntamientos, la mina y la escuela

2013 / 10 / 13 - La Nueva España

Los ayuntamientos, la mina y la escuela

Café de las once. Tiempo de leer el periódico y de arreglar el mundo. Un vecino de barra, ex minero, ex sindicalista, ex político y ex trabajador, me dice que, si por él fuera, metería en el pozu una buena temporada a todos los trabajadores del Ayuntamiento para que supiesen lo que es trabajar. Sin duda acertaría con esa medida: pero para todo lo contrario de lo que cree.

Dos cosas. La primera: el ayuntamiento es una de las instituciones que mejor funcionan porque es la más cercana administrativamente a los ciudadanos. La segunda: este buen funcionamiento se debe, en primer lugar, a sus trabajadores y, en segundo lugar, a sus propios ciudadanos, los usuarios, beneficiarios y pagadores de estos servicios. Un buen ejemplo de que esto es cierto lo estamos viendo en Cuideiru. Por las noticias repetidas en prensa puede darnos la sensación de que aquello es un caos. Y, es cierto, es un caos político. Pero, a pesar de ello, al ayuntamiento no le queda más remedio que seguir funcionando. Lo que se debe, como siempre, a sus trabajadores.

A pesar de ser cierto, existe una publicidad negativa malintencionada hacia el trabajo municipal. En el caso de Les Cuenques, donde nuestros políticos provienen en buen número de la mina, se establece un elemento comparativo: la dureza del trabajo en el interior del pozu frente a lo liviano del trabajo en un despacho. Una comparación falsa. En otros concejos se hace comparando la dureza del trabajo en la mar, en la fábrica o en la construcción. Siempre, en las comparaciones, acaba perdiendo el trabajador municipal. Lo que se hace, por lo general, sin conocimiento de causa. Claro que el trabajo en la mina es duro. Nadie lo duda. Pero no es más que eso: duro. Yo pongo siempre este ejemplo: marché a trabajar tres años a la mina porque llevaba un año dando clase y me parecía más liviano y mejor pagado el trabajo en la mina. El trabajo de maestro sí que es realmente duro: porque lo es a nivel físico y a nivel intelectual. Siete horas en un aula, frente a treinta chiquillos, es más agotador que siete hora dando tira. Aunque sólo sea porque las siete hora de mina se quedaban en bastantes menos, después de descontar la jaula, la aproximación al puntu, la preparación del tayu, el bocadillo, el regreso al embarque y de nuevo la jaula. En la escuela, a lo mejor, siete horas no son siete horas, pero son seis y media. Y menudas seis y media. De la mina sales suciu y sudáu. Nada que no se quite con agua y jabón. Del aula sales mentalmente agotado. Y eso no hay ducha que lo quite. Por muchas canciones de Antonio Molina que nos canten. La ignorancia siempre fue muy atrevida. Y más a la hora de tomar el café.




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