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Marcharse

2012 / 10 / 09 - La Nueva España

Marcharse

De un hermano de mi tatarabuela, Manuela Caunedo, militar de profesión, conservamos las cartas que enviaba desde Francia. Había participado en La Gloriosa y las cosas le fueron bien hasta la caída de la primera república, cuando tomó el camino del exilio. Luego se hizo a Francia y acabó quedándose por allí.

Filomena Arias, hermana de mi bisabuelo Manuel, tomó también el camino de Europa, detrás de su primo carnal y marido, José Arias. Estuvieron en muchos sitios y gastaron más de lo que ganaron, con lo que regresaron y él se hizo maestro, de lo que vivieron hasta el fin de sus días. Los viajes lo convirtieron en intelectual y dejó constancia de su amor a la tierra en un libro titulado Breve revista de Teverga y Somiedo, publicado en 1884.

El cambio de siglo animó a saltar el charco a varios hermanos y primos de mi abuela, Ángeles Álvarez. Dos hermanos suyos, Narciso y Alfredo, murieron a manos de los japoneses el día que ocuparon Manila. La única hija de Narciso, Melania, todavía murió este año en Las Vegas, Estados Unidos, donde residía desde su jubilación. En cambio, los primos de mi abuela se desperdigaron por Cuba y México. Uno de ellos, César, se pasó media revolución del lado de Pancho Villa, primero como secuestrado y luego como acólito. Sus hermanos, con el paso de los años, acabaron volviendo a Asturies, por esa extraña pulsión que tienen hacia la vejez los chinos, los judíos y los asturianos de querer morir en su tierra.

Por la senda de sus tíos y tíos segundos, dos hermanos de mi madre, Ángeles Arias, también acabaron en México. Uno de ellos, José, vino a morir a casa y al otro, Ramón, aún disfruto viéndolo y charlando con él por el skype en el ordenador. Sus hijos siguen más allá que aquí, junto a sus primos, primos segundos y primos terceros.

De mi generación, mi hermano Gonzalo se marchó a Madrid al día siguiente de terminar la carrera y por allí sigue. Y ahora, de la generación de mis hijos, me toca ver a la mayor, Sara, que cruza de nuevo el charco, esta vez camino de Venezuela, después de llevar los últimos tres años dando tantas vueltas por tantos otros sitios que sólo gracias al móvil, al facebook, al skype, al blogger y demás inventos, podemos seguirle la pista.

Esta historia no es triste. Es como es. Llevamos ciento cincuenta años viéndola y viviéndola. Forma parte de nosotros mismos. Los asturianos, los judíos y los chinos somos una raza de emigrantes. Seguramente como tantos otros pueblos que han tenido la desdicha de nacer en una tierra ingrata, mal gobernada, peor administrada y que, al final, no existe más que como un sentimiento en el corazón de los que se marchan.




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