Año nuevo
2012 / 01 / 04 - La Nueva España
Jose me manda todos los años un email felicitándome el año. Apenas tenemos más contacto el resto del año. Coincidimos en Madrid haciendo como que estudiábamos, pero la vida de cada uno nos llevó a sitios diferentes. Y él, en una docena de frases, es capaz de resumir el año. El suyo. Con lo que, aún en la distancia, seguimos manteniendo una buena relación. Bien informada. Continuamos sabiendo de nosotros.
Este año me dice que no se fue en Navidad a su querida Donostia. Un sitio en el que gana Amaiur las elecciones me parece muy poco interesante. Me escribe. Y eso que Amaiur no es ninguna cosa rara para alguien de allí. Es más, me dice, tiene una cuñada de este partido en el Ayuntamiento. Todos los años, también me insiste, me comenta que tiene propósito de pasarse por Asturies unos días. Este año no. Un sitio en el que gana Cascos las elecciones me parece muy poco interesante. También me dice.
Hace quince años, cuando lo conocí, se presentó como un vasco exiliado por razones de trabajo y de dignidad. Con Zapatero se marchó de España. También por razones de trabajo y, me insistió en su segunda legislatura, también por dignidad. Ahora, con las elecciones de Rajoy recién ganadas me dice que deja de ser exiliado español para ser simplemente apátrida. No quiere que conste lo de español por ninguna parte. Un sitio en el que gana las elecciones un registrador de la propiedad me parece muy poco interesante. Termina diciéndome.
Mi contestación, como la de todos los años, va igual de escueta. Le digo que este verano estuvimos en Donostia y estaba espléndida. Poco más que el tiempo de un paseo por el muro de La Concha, un recorrido por la feria del libro en euskera y un café con pincho en la cafetería del Kursaal. Donostia, por lo demás, siempre me pareció un sitio de ambiente más patético que Uviéu, igual de triste que Santander y de rancio que A Coruña. Me da lo mismo quién gane las elecciones para ser a cambiarle el patetismo, la tristeza y la ranciura.
Le cuento en dos palabras como quedó esto tras las elecciones. Mal. Peor. Y, también, como aproveché a marchar fuera para no tener que ver la despedida de las plañideras en desbandada de Zapatero ni la batahola de monaguillos en albricias de Rajoy. Con todo, elegí mal el país de huida y me fui a uno en el que me tocó ver como sustituían a su presidente por un funcionario. Qué digo un funcionario, para ser más exactos: un funcionario prejubilado. Con lo que, como quien no quiere la cosa, estuve en Italia como en casa. Nunca mejor dicho: fui en una feria del queso, asistí a un festival de canciones tradicionales, tomé bien de cafés en terrazas, me tiré panza arriba al sol en un banco de un parque y farté de castañes asaes. Y me pagaron por ello: ¡están locos estos romanos!, que diría Obelix.