Volver a dónde no hemos ido
2011 / 12 / 10 - El Comercio
Tres meses atrás escribía sobre la importancia que el rock progresivo de los años sesenta y setenta tuvo en la transformación de la música española. En concreto, de la conversión del flamenco de ser un cante de espacios cerrados a convertirse en una fenómeno de masas. Y citada a formaciones como Gong, Nuevos Tiempos y Smash, grupos sin los que sería imposible entender el éxito de Triana o Camarón.
En término rock progresivo hace tiempo que se salió del lenguaje cotidiano. Volver a emplearlo para hablar de un grupo asturiano como Senogul significa que estamos ante una formación que reivindica aquel viejo concepto de la progresión armónica y que intentó elevar el rock de su categoría de pop para mayorías al de una música en la que, como ya ocurría en el jazz, quienes más disfrutaban de ella eran sus propios intérpretes. Con todo, como explicaba en el párrafo anterior, al final el rock progresivo fue el padre de un nuevo pop que generó a sus intérpretes tantos éxitos, sino más, que sus predecesores.
Seguir en Asturies el rastro de ese tiempo es retroceder hasta el músico Berto Turulla y su formación Asturcón. Una figura a la que los miembros de Senogul homenajean en sus créditos, por haber inmortalizado el minimoog “con su arte en estudio y en directo”.
Senogul nació en esta tierra a lo largo del 2001, de la unión del bajista Pablo Canalís, el teclista Eduardo Salueña, el baterista Alex Valero “Danda” y los guitarristas Israel Sánchez y Pedro Menchaca. Gente que venía de formaciones muy diferentes y de practicar todo tipo de estilos, lo que los llevó a elaborar un discurso musical bastante identificativo. Algo que, con la distancia del tiempo, podría llamarse un nuevo rock progresivo.
Con el único cambio del baterista por Eva Díaz Toca, se trata de la misma formación que ahora, cerca de cumplir su primera década, acaban de editar su tercer trabajo. Por cierto, con el título suficientemente explícito de III. Y, sobre todo, el atrevimiento de que ni el título del disco ni el nombre del grupo aparecen en la carátula del CD. Ni siquiera en la contraportada. Sólo, después de adquirirlo y abrirlo, se encuentra su nombre impreso sobre la superficie de la galleta del CD.
Este disco marca una diferencia grande con los anteriores de Senogul, pero también con otros trabajos colaterales de gente de la banda. En concreto, hablé en estas páginas de Culturas de El Comercio de la colaboración del teclista Eduardo Salueña en el Iliad: progressive duels on grand piano, al que aporta dos composiciones al piano basadas en dos cantos de la Iliada de Homero.
La línea melódica dispersa de “Pijamas”, segunda pieza del disco, marca la serie de osadías que desde el primer momento el disco se plantea saltarse. Y lo hace con soltura, con la habilidad de quien sabe qué está haciendo y, sobre todo, con la técnica de quién conoce su oficio y se recrea en él. Algo que vamos a seguir viendo a lo largo del disco, pero que se manifiesta de manera impresionante en “Sopa colorá”, el tema que lo cierra. Un tema para escuchar con la suficiente calma y sosiego como para descubrir la herencia del primitivo rock andaluz del que hablaba y, sobre todo, de herederos como Imán Califato Independiente, Alameda o Guadalquivir. Pero, también, un tema para encontrarse con pinceladas del citado Berto Turulla, de Chano Domínguez, de Frank Zapa, de Jethro Tull o de Soft Machine, entre tantos otros.
Como resumen, podríamos decir que, más allá de la etiqueta de rock progresivo, estamos ante un trabajo ecléctico de un grupo de músicos creativos que pretenden experimentar a partir de una herencia musical enorme: una herencia que no reniega de sus propias raíces, ni de la valentía y el atrevimiento de salirse de la línea trazada por las corrientes del momento. En el fondo, una música que sirve para llevarnos, como asturianos, a una memoria de la que no pudimos disfrutar en toda su extensión. En primer lugar por el shock que supuso la muerte de Berto Turulla. Pero, también, porque Asturies nunca fue Andalucía.