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Cafetinos de otoño

2011 / 10 / 11 - La Nueva España

Cafetinos de otoño

Como no tuvimos agosto, llegamos a octubre en camiseta. Pero es un sol engañoso. Desde la ventana de casa veo el cielo despejado y me animo a ponerme manga corta. Miro el termómetro de la farmacia de enfrente y compruebo que, a pesar del día brillante, estamos a doce grados. De todas formas, como a medio día mediará los veinte grados, me atrevo con la camiseta playera. Complicada decisión. Hasta medio día voy a poner cara de que acabo de regresar de Benidorm: dientes apretados, paso ligero y manos en bolso.

Como comprenderéis, no está para mucha terraza a estas horas tempranas. El biruji sentado te cala. No hay café que valga, ni café con gotes, ni café con cruasán doradín con manteca. El biruji se te instala en el alma y notas que es en el alma y no en el cuerpo porque, una hora más tarde, cuando el cuerpo ya calentó, sientes todavía escalofríos que no pueden venir de otro sitio que no sea del alma.

Voy al médico y, después de tanta manga corta y tanto café en terraza, la sala de espera está hasta arriba. Prueba evidente de que el alma existe, porque coge resfriados. Me recetan lo de siempre y no sé para que voy si ya lo sé. Pero se está a gusto en la sala de espera del médico. Todo el mundo tiene para contarte una pena más grande que la tuya. Por eso sales de allí como unas pascuas. Alegre, sonriente y en manga corta.

Menos en la consulta del psiquiatra, donde voy a tratar mi complejo de trabajador empedernido. En la sala de espera del psiquiatra hay muy poca gente. Me dice que es por la crisis. En periodos así la gente se cuenta sus penas entre sí y no necesita ni confesarse con el cura ni venir al psiquiatra. Por eso las iglesias y las consultas están vacías. Y los partidos de fútbol llenos. La gente sigue usando la terapia del insulto al árbitro. Ahora ampliada con la terapia de insulto al entrenador. Y cuando no les gusta el fútbol emplean terapias sustitutivas, como la meterse con los concejales de la oposición, por hacer menos que los del gobierno, o con los columnistas de los periódicos, por hacer aún menos todavía y dar ejemplos morales cuando no tenemos ética ninguna. Como en el fútbol, camuflan su patología psicótica en el anonimato. Se los reconoce fácil por la cara de amargados y la pinta de estar pasando frío en agosto. Suelen ser feos, además de ruines. Cuando son mujeres se acaban transformando en cejijuntas y cuando paisanos en barbilucios. Se los ve venir a la legua. Sobre todo cuando, como yo, estoy escribiendo este artículo en manga corta en una terraza haciendo uso del wifi. Aprietan el culo cuando me ven, además del paso, miran para el suelo, acentuando su cobardía, farfullan algo entre los dientes y desaparecen como fantasmas. Como lo que son, los prubitinos. Y no lo saben. Aunque yo se lo recuerde constantemente.




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