Vamos armar una danza
2011 / 07 / 09 - El Comercio
Menéndez Pelayo no tenía duda sobre los orígenes arcaicos de nuestra danza prima. Para ello citaba el verso de Homero en que se describe la danza que Vulcano talló en el escudo de Aquiles:
Una danza después allí Vulcano talló artificiosa, y semejante a la que en otro tiempo en Creta Dédalo imaginó para la pelirroja Aríadne. Y allí se veían danzar unos y otros cogidos de las manos tiernas doncellas y ágiles muchachos… … Y a veces / en redondo, en ancho círculo todos danzaban con ligera planta en fácil giro y pasos ajustados así imitando la voluble rueda que el alfarero con su mano agita para que ruede el torno; y otras veces en parejas bailaban divididos. Y mucha gente la feliz danza mirando estaba, alegre y divertida…
Joaquín Costa, en Poesía popular española y literatura celtohispana, suma a la opinión de Menéndez Pelayo una propuesta etimológica: el término “prima” esconde la raíz “para” –herir o matar-, de las que derivó el sánscrito “prmatha” –carnicería-; entendiendo de esta forma “danza prima” como “danza guerrera”. Sumando la opinión de Aramburu y Zuloaga para quien el término danza proviene de la voz celta “dancz”, movimiento acompasado del cuerpo. Por más que Menéndez Pidal apuntaba la opinión de tratarse de una voz puramente latina: “prima”, con el significado de “primera”, lo que hablaba a favor de su importancia con respecto al resto de danzas interpretadas en Asturies.
La primera referencia escrita que tenemos de nuestra danza se debe a Jovellanos y aparece en la Carta VIII a Pons. De su opinión y del comentario de Menéndez Pidal sobre el romance con el que se canta principalmente, “Ai un galán d’esta villa”, se desprende que su interpretación tenía el carácter de un himno para todos los asturianos. Menéndez Pidal en su Flor nueva de romances viejos dice sobre él: “Este romance es un verdadero canto nacional para los asturianos”.
Eduardo Martínez Torner fue el máximo defensor de las tesis que apuntaban al carácter religioso de esta danza. Argumentaba para ello que, por lo general, se danzaban al lado de las iglesias y bajo la advocación de algún santo, al que dedicaban muchas veces los estribillos o repeticiones.
Cuesta entender esta vinculación religiosa defendida por Torner a la luz de la legislación existente en contra. Sirva de ejemplo la contenida en la Disposición VI, del Título III, del Sínodo de Uviéu de 1796, que no fue autorizado hasta el 9 de noviembre de 1784, por el Real y Supremo Consejo, y publicado en Salamanca en 1786:
“…Ratificando la providencia que tenemos dada por las dichas nuestras generales y con la del ilustrísimo señor Reluz, nuestro predecesor, en la que prohibe con pena de excomunión mayor latae sentenciae las Danzas, Contradanzas o bailes de hombres y mujeres cogidos de las manos, entrelazados o unidos entre ellos (…) recomendándoles a los párrocos, confesores y predicadores que instruyan a los fieles de cuanto conduzca a separar de estas diversiones lo que en la práctica puede ser pecaminoso…”.
Lo que habla a favor de que la práctica de estas danzas no tuviese nada que ver con las festividades religiosas en las que se llevaba a cabo, más que por el hecho de ser festividad. Así lo apuntó Luis Argüelles en el artículo correspondiente a la danza de su serie de artículos publicados por El Comercio a mediados de la década de los ochenta del pasado siglo.
Para el poeta romántico y rector de la Universidad de Uviéu, Félix Aramburu, la danza era una representación del círculo sagrado de los celtas. El círculo de la danza recuerda de este modo un cromlech y, por lo acompasado de su paso y la solemnidad de su interpretación, considera que conserva el carácter religioso ancestral que la vincula a un origen prerromano. Este carácter antiguo se acentúa con el carácter guerrero que aún conservaba a finales del siglo XIX, como lo atestiguaban los palos pintos en las manos de los mozos y los ixuxús y vivas localistas e identitarios.
Una opinión que llegó hasta bien entrado el siglo XX, como pude comprobar a primeros de los años ochenta en conversación mantenida con Carmen Vigil, directora de la Sección Femenina de Mieres y responsable de la organización de la danza de San Xuan por encargo de la Corporación mierense al término de la segunda guerra mundial, tras haber estado de profesora en la Universidad de Berlín:
“La danza para nosotros es la danza. No conocemos nada anterior a la danza. Seguramente por eso la llamamos prima, para distinguirla de las otras danzas que existen. La danza prima custodia el alma de este pueblo, nos vincula a Europa, a nuestros ancestros celtas, a nuestro pasado como hombres libres. Se trata de un rito de paso: sólo quien danza es parte de esta tierra. Nosotros rendimos cuentas ante el fuego. Él nos purifica”.
Estamos a las puertas del verano, el tiempo en el que la danza vuelve a tomar carta de presencia en las fiestas de Asturies. Un rito que se inicia con las propias de San Xuan y San Pedro y que se extiende por toda la geografía asturiana. Cambia la melodía en la mayor parte de ellas. En muchas la letra es la propia del romance “Ai un galán d’esta villa”. Otras, como la de Teberga, hablan del propio hecho de danzarla:
Vamos armar una danza por costumbre que tenemos aprendida de mios padres heredada de mios güelos.