El otro partido
2011 / 05 / 30 - La Nueva España
Cuando hablo del partido del sábado no me refiero al Barcelona-Manchester. Con ése se entretienen los que no saben de fútbol. Que son muchos. En esta ocasión, los que no sabían nada de fútbol iban por la calle con una camiseta del Barça. Los que, además de no saber nada de fútbol no saben nada de nada, iban con una del Manchester. Yo no vi ese partido. A la misma hora presentaba en Sariegu el Encuentru Coral La Sidra y la Mar. Lleno total. Duró el concierto lo mismo que el partido. Unos días antes comenté a los organizadores esta coincidencia. Me respondieron: “Protestó la UEFA por ponelu a la mesma hora. Pero contestámos-yos: ¡Jodeivos! Nosotros garramos fecha primero. Pa otra vez tai más atentos”.
Como decía antes, el partido importante del sábado fue el que jugaba el equipo del guaje. Del mío, no de Villa. En un campo de esos olvidados de la mano de dios. De una división de esas que no aparece en los medios. De todas formas, un partido de liga oficial. En concreto, el último partido de la liga. Por razones que luego se entenderán no voy a hablar de contra quién jugamos. La vergüenza de un entrenador de un equipo no tiene por qué trasladarse a la de la villa que lleva el nombre. La cosa venía de atrás. En el partido en casa ya había montado el pollo. Pero, como era en campo contrario, no se atrevió a tanto. Ahora sí. Ya durante el periodo de calentamiento les decía a voces a los críos de su equipo: “¡A los de la cuenca hai que da-yos a retorcer!” Siguió gritando lo mismo cuando el primero de nuestro equipo cogió la pelota en el primer minuto de partido. Los padres desde la grada le llamaron la atención. Su respuesta fue inmediata: “Sois toos unes putes y unos maricones”. El árbitro le sacó la tarjeta amarilla. No sirvió para nada. Había llegado caliente al partido –sabe dios de qué y por qué- y no paró de insultar en ningún momento. El árbitro acabó sacándole la roja y mandando que saliera. Le dijo al árbitro que viniera él a echarlo si tenía cojones. Al final, entre cuatro de los directivos de su equipo consiguieron sacarlo a la grada. No sirvió para nada. Desde allí, a voces, continuó gritando. Al final, ganamos dos a cero. El guaje mío metió el segundo. Nos olvidamos de los gritos. Es más, nos reímos amargamente de ellos.
Hace pocas semanas en esta columna contaba cosas parecidas ocurridas en otros campos. Son un pequeño reflejo de la educación adicional que están recibiendo nuestros hijos. Los problemas nunca los generaron los críos. Siempre vienen de algunos de los mayores. Unas veces los padres, que creen tener un Messi en casa. La mayor parte de las veces de los entrenadores, que se creen Mourinho. Pero siempre, los críos, son los que salen perdiendo. Por el ejemplo de mierda que les están dando.