Palmeros
2011 / 02 / 01 - La Nueva España
Antonio González, El Pescaílla, mucho antes de ser conocido como el marido de la Lola de España había sido un reputado cantaor de flamenco. Pero, luego, el hambre, que es tan poderosa, y el estar sin un duro, lo llevaron a comercializar su arte. Ya entrado en años abrió el tablao “Canasteros”, un lugar mítico de la noche madrileña que frecuentó cuanto guiri y cantamañanas de renombre visitó la España entonces.
Lo tenía muy claro:
-Para subirte a un tablao sólo te hacen falta palmeros.
Los puristas del flamenco lo aborrecían. A él y a todos los rumberos que vinieron detrás de él. Lo hizo por dinero. Fue su defensa. Un grupo de puristas revenidos del Foro (nombre por el que, de aquella, se conocía a Madrid), le animaron a que abriera “Canasteros”. A él le costaba renegar de su arte y su antiguo prestigio, pero los gritos desaforados de sus palmeros le llevaron a montar ese tablao. Le decían: “¡Eres el más grande!”: cuando era canijo, cabezón y le había quedado con los años una voz de pito. “¡Vas a arrasar, campeón!”: cuando en verdad quienes arrasaban por aquellos años eran la Niña de los Peines y Joselito. “¡Queremos un hijo tuyo!”: le gritaban las palmeras más desaforadas y modernillas de la primera fila que no sabían nada de flamenco ni nada de nada.
No duró mucho el tablao, pero sí suficiente para darle de comer una temporadilla. Todavía se dice en el ámbito del flamenco: “El Pescaílla fue más listo que el hambre”. Al final acabó viviendo de su mujer, que tuvo que hacer de todo, pero tenía más arte. El tiempo, que todo lo pone en su sitio, acabó sepultando en el olvido a Antonio González y subiendo a los altares a figuras como la de Camarón que, sin necesidad de ser un purista, llegó a triunfar hasta en el Festival de Cante de las Minas.
Encontramos el ejemplo de El Pescaílla en todas partes. Puedes haber sido un artista, pero, cuando estás canino, acabas vendiendo tu antiguo arte al precio que sea. Sólo necesitas tu propio nombre y el aura de prestigio que lo rodeaba. Para todo lo demás, sabes que siempre vas a encontrar palmeros. Desaforados. Excesivos. Corifeos. Cagaflores. Grandonos.
El mundo de la política es como el del flamenco. Cada cantaor tiene su propia parroquia. Y, al final, cuando las cosas te van mal y estás pelao, montas un tablao pa guiris y poco entendidos, y te forras. Tú apenas pones más que lo que queda de tu antiguo arte. Todo lo demás que necesitas son palmeros.