Arvo Pärt en Oviedo
2011 / 01 / 01 - El Comercio
En 2003 la Filarmónica de Los Ángeles, dirigida por la excepcional Esa-Pekka Salonen, inauguró el Walt Disney Concert Hall de Frank Gehry. El programa escogido sorprendió gratamente a los amantes de la música del siglo XX, ya que incluyó Lux aeterna de György Ligeti, The Unanswered de Charles Ives y Le Sacre du Printemps (La Consagración de la Primavera) de Igor Stravinsky.
Puede parecernos que no se trata de un programa arriesgado. No obstante, la mayor parte de la producida en el siglo XX lo es. No tenemos más que mirar cualquier tipo de programación cercana a nosotros. Entre las aburridísimas y anacrónicas programaciones de zarzuela, las reiterativas óperas y los programas habituales de conciertos en una pequeña comunidad como la nuestra, un concierto que se atreviera con Ligeti, Ives y Stravinsky sería la excepción y no la regla.
Esta semana pasada tenía lugar el segundo concierto del programa de Navidad del Ensemble Ars Mundi, en Oviedo, en la pequeña sala de Cajastur. Vivaldi y Telemann, para la primera parte. Arvo Pärt y Piotr Tchaikovsky, para la segunda.
Fue esta segunda la que me llamó poderosamente la atención. Del primero, el Cantus in memoriam Benjamin Britten. Del segundo, la elegía y final de la Serenata para orquesta de cuerdas, Op. 48.Arvo Pärt huyó de la Rusia soviética de muy primeros de los ochenta, para instalarse en Berlín. Cuatro años antes había compuesto su pequeña pieza para piano (no llega a tres minutos) Für Alina. Y un año después escribió su Cantus in memoriam Benjamin Britten, en la que quiere reflejar su obsesión por la música de este compositor. Lo consigue por medio de escalas descendentes de La menor abriéndose en diferentes voces y a desigual velocidad.
Unos años antes, a finales de los sesenta, este compositor estonio se había decantado por la temática religiosa en sus composiciones, desafiando el ateísmo oficial soviético. A pesar de su aspecto de asceta –barba de pope y ojos de visionario-, su música es insultantemente moderna y conecta directamente con un público mayoritario. Algo que se pudo comprobar en los años ochenta cuando el sello alemán ECM empezó a publicar sus grabaciones y se convirtió en un auténtico fenómeno de masas con la venta de millones de discos, algo que hasta entonces sólo conseguían los artistas del pop.
Para muchos, la espiritualidad de Pärt venía a satisfacer la necesidad de una sociedad cansada de los excesos del materialismo y ofrecía un remanso de paz ante un mundo fagocitado por la tecnología. Su composición Tabula rasa sirvió en aquellos años de música de fondo en las salas de los hospitales de New York donde se moría la primera generación de jóvenes con SIDA.
El Cantus in memoriam Benjamin Britten de la orquesta de cámara Ensemble Ars Mundi sonó magnífico en esta tarde previa a las fiestas de Navidad, pero ya inmersa en ellas. Una pieza que, sin pretenderlo seguramente, llama a reflexionar sobre el mismo sentido de estas fiestas y sobre la belleza de las cosas sencillas.
Todo lo contrario de este tipo de pieza y de concierto es asistir una vez más a El Mesías de Händel. Esta vez por partida doble, en la Catedral y en la Laboral. No dudo del autor y de su obra, sino simplemente de su utilización. Del simple hecho de querer convertir una obra en una costumbre y en un símbolo de la Navidad. Las costumbres forzadas llevan al aburrimiento y la Navidad no necesita de símbolos como éste, un oratorio que sólo refleja este periodo en su primera parte, dedicando el resto a la pasión y al juicio final.