No disparéis sobre el pianista
2010 / 07 / 31 - El Comercio
El viaje del poeta inglés Óscar Wilde por los Estados Unidos está lleno de anécdotas. La más socorrida es la de su comentario sobre la visita a las cataratas del Niágara, destino ya en aquella época de los viajes de novios: “He aquí uno de los primeros desencantos seguros de la vida conyugal”. Otra, igualmente socorrida, es la de que en su viaje por el oeste americano pretendió haber encontrado en una taberna un cartel sobre un piano que decía: “No disparéis sobre el pianista, hace lo que puede”.
Con la humildad que lo caracterizaba, David Ferreduela había hecho suya esta anécdota que le relaté un día a partir de la lectura de una conferencia que había dado Jorge Luis Borges en Montevideo. No se tenía por un gran músico cuando se ponía delante de su teclado, pero con su iniciativa y su capacidad de organización era capaz de mover a otros músicos con mayor talento pero menor número de ideas para sacarlo adelante.
Presidente del colectivo Progreso Gitano cuando aún no había cumplido veinte años, sus ideas y proyectos sirvieron para sentar las bases de un trabajo que empezaba a dar sus frutos. En el ámbito de la música, a partir de su iniciativa, el grupo Flamenco Mieres no sólo propició la presencia en Mieres de grandes artistas como el Guadiana o Maite Cortés, sino que también llevó a que varios cantaores, bailaores y músicos mierenses encontraran en la música un medio para poder expresar sus capacidades y, sobre todo, para que en un futuro cercano este trabajo tuviese un resultado económico que lo hiciese viable.
El primer proyecto consistió en organizar un pequeño concierto en el año 2006 en el Auditorio del Parque Xovellanos de Mieres que acabó convirtiéndose en una cita multitudinaria que animó a sacar adelante nuevas iniciativas. La primera de ellas fue la colaboración en el disco de Anabel Santiago, Desnuda. En los créditos de este disco encontramos la presencia del propio David Ferreduela, junto a su primo Antonio Jiménez, a las palmas en el tema “Ai d’esos güeyos”, una tonada en tono menor que termina en un estribillo a modo de tanguillo de Cádiz. Como también las voces de Carmen Barrul y Puri Jiménez en dicho tema y en el tradicional “Garrotín”, que siendo una pieza tradicional de gaita del occidente de Asturies se había convertido a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado en una de las piezas más famosas del repertorio de Lola Flores y El Pescaílla.
Poco después, la muerte por leucemia de su hijo de tres años, llevó a David Ferreduela a un abatimiento del que sólo su enorme capacidad de trabajo y de entrega a los demás lo permitió volver al frente de sus proyectos. De nuevo la música volvía a ser un punto de referencia y, entre otros, la figura de Antonio Jiménez, de gira este año pasado con el guitarrista Armando Orbón y el pianista Isaac Turienzo, comenzaba a hacerse un nombre.
Una vez más, la muerte volvió a cruzarse en el camino de David Ferreduela para acabar sepultando todo ese bagaje de sueños y proyectos, con apenas veinticuatro años. Cuando intentaba mediar en una discusión absurda, un desalmado les disparó a él y a su tío Juan Ferreduela. Su muerte abatió a toda la cuenca minera, donde más se conocía y reconocía su trabajo y su esfuerzo, y su eco llevó el dolor a todos los rincones de España, donde tanta gente estaba al tanto de sus logros y le estimaba. Resulta duro ser líder de una asociación y de una comunidad con tan pocos años.
Hace apenas tres sábados escribía en este mismo suplemento un artículo sobre el cantaor flamenco Antonio Pozo El Mochuelo, una de las voces más reputadas del género a finales del siglo XIX y primeros del XX. Cuando David Ferreduela escuchaba un tema como “De Santander a Xixón” en su voz, iba mucho más allá y me decía: “Es impresionante la cantidad de cosas que se pueden hacer”. Como en el viejo eslogan francés de mayo del 68, cuando el dedo señalaba la luna, él miraba siempre a la luna, nunca al dedo.