Lo demás es ruido
2010 / 06 / 05 - El Comercio
Adrián Leverkünhn, el héroe de ficción de la novela Doktor Faustus de Thomas Mann, estuvo presente el 16 de mayo de 1906 en la ciudad de Graz en el estreno de la ópera Salomé de Richard Strauss, dirigida igualmente por él.
La voz se había corrido por todo Europa: Strauss había creado una ópera disonante sobre la escandalosa tragedia escrita en 1891 por Oscar Wilde. En la Biblia es Salomé quien pide la muerte de Juan instigada por su madre Herodías, amante de Herodes. En la obra de Wilde, Salomé está enamorada de Juan, quien rechaza su amor. La petición de su decapitación se hace, pues, por despecho. En la escena cumbre de la tragedia, remarcada por la música en la ópera de Strauss, Salomé besa los labios de la cabeza cortada de Juan. Herodes, a su vez enamorado de Salomé, ordena matarla.
Wilde no había podido estrenarla en Inglaterra y consiguió hacerlo en París unos años después, con un programa diseñado por Toulousse-Lautrec. El escándalo la acompañó en todo momento. Precedido por él, Richard Strauss creó para su obra una música que rompía con los cánones de la época.
A partir de su estreno, en Dresde, cinco meses antes que en Graz, donde la dirigiría el propio autor, la fama del “terrible engendro cacofónico” –como la bautizó Giacomo Puccini- no había parado de aumentar. Gustav Mahler, director de Hofoper de Graz, se había atrevido a programarla.
Y hasta Graz se dirigieron todos los ojos de la Europa musical. Allí se presentó el citado Puccini, autor de La Bohème, Tosca o Madama Butterfly. Como también estuvieron un jovencísimo Arnold Schönberg, Alban Berg y la hermosa Alma, esposa de Mahler. El mismísimo Adolf Hitler contó años más tarde al hijo de Richard Strauss que había pedido prestado dinero a unos familiares para poder hacer el viaje hasta Graz y asistir a la representación.
El mundo estaba cambiando a pasos agigantados en 1906 y la música es un campo perfecto para asistir a todas estas transformaciones que habrían de suceder. El libro que lo consigue se titula The rest is noise, de Alex Ross, y tuvo un enorme éxito en su edición inglesa. Su edición castellana, recientemente aparecida, lleva por título El ruido eterno. En inglés fue galardonado con el National Book Critics Circle Award, el Guardian First Book Award y un Royal Philharmonic Society Award. También consiguió ser finalista del Premio Pulitzer y del Premio Samuel Johnson, y fue elegido como uno de los mejores libros del año por The New York Times, The Washington Post, Time, LA Times, The Economist, Slater y Newsweek.
Desde aquel 16 de mayo de 1906 hasta el 22 de octubre de 1987, fecha del estreno de la ópera Nixon in China, de John Adams, el siglo XX pasa por las páginas del libro a través de su música. Asistimos a las dos guerras mundiales y a la larga guerra fría, al lado de todos los pequeños conflictos y hechos que marcaron el siglo. Pero, por encima de todo ello, a través del libro nos acercamos a la música de unos hombres que se rebelaron contra el culto al pasado clásico, luchando en la mayor parte de los casos contra la indiferencia del gran público.
Fue la banda sonora de nuestro siglo y no se la ha asociado como tal, dejándole su lugar al pop y a todas sus variantes. Cuando, lo cierto es que –y a través de las páginas del libro lo vamos descubriendo- en las manos de los grandes revolucionarios de esta música tantas veces incomprendida están los orígenes de las canciones de The Beatles, los grandes éxitos del musical de Broadway, Hollywood y Bollywood y las canciones más exóticas de Björk.
El título del libro nace de la última frase que recita Hamlet antes de morir: “The rest is silence” (“Lo demás es silencio” o “El resto es silencio”). Alex Roos hace un juego de palabras y lo transforma en “The rest is noise” (“Lo demás es ruido”, que en la traducción clásica al castellano de Leandro Fernández de Moratín tradujo como “El ruido eterno”).