Blo

< P'atrás  |   P'alantre >


Ronchamp

2007 / 11 / 06 - El Comercio

Ronchamp

Subiendo la loma en que se encuentra la capilla de Nôtre-Dame-du-Haut hay una pintada que pone (o ponía, que ya se sabe que el tiempo todo lo borra): “La Virgen se apareció un día en Lourdes. Aquí vive el resto del año”. Bien puede ser cierto. Conociendo los dos sitios, acabas por creerlo. Lo que tengo claro es que, a Lourdes, una vez visto el centro comercial en que se acabó convirtiendo, la Virgen debió quedar sin ganas de volver a aparecer por allí. Coincidí allí con gente tan variopinta como las hermanas Koplowitz “antroxaes” de enfermeras, con una marcha militarizada de una especie de boys-scouts polacos y con una legión de paralíticos de todas las desgracias, entremezclados con cantos religiosos en todas las lenguas conocidas y en alguna más irreconocible. En Fátima había encontrado lo mismo, pero a la portuguesa, con mucha gente de rodillas, muchas más velas encendidas y un aire general bastante más folklórico. Todos ellos con bastante poco que ver con nuestra pequeñina y galana Covadonga, que tiene al menos el encanto de encontrarse en un lugar bastante más encantador.

Para construir la capilla de Nôtre-Dame-du-Haut, Le Corbusier escogió una ubicación completamente fuera de lo normal. No necesitaba la disculpa de ninguna aparición mariana. No obstante, la puso bajo la advocación de María. No le gustó nada la idea a la Iglesia oficial del entorno. Con todo, encontró dentro de la heterodoxia ideológica de la misma Iglesia a un abad amigo al que poner de guía espiritual del recinto. A la Iglesia oficial no le quedó más remedio con el tiempo que acomodarse al hecho de que Ronchamp, el pueblo donde se ubicaba, acabara compitiendo en peregrinos con la mismísima Nôtre-Dame de París. Dos mil años en el oficio curten suficiente como para no alterarse sobremanera con este tipo de acomodaciones.

De este modo, Le Corbusier, que no conocía ni Mieres ni Llangréu, escogió Ronchamp, pequeña capital de una zona minera. Como la nuestra, su tradición se mantiene en un Museo de la Minería. Tan falso como el nuestro. A poco que te esfuerces, el resto de señales del pasado surgen a cada paso: los tipos de vivienda, las viejas escombreras ahora cubiertas de vegetación y, de vez en cuando, la silueta de hierro de los castilletes.

Pero nada, a pesar de todo ello, al lado de lo que representa el blanco volumen de Nôtre-Dame-du-Haut dibujado contra el verde de la loma en que se alza. Un lugar magnífico para reflexionar sobre la tradición cristiana de nuestra cultura. Más que nada ahora que tanto la esgrime en la misma Francia su recién estrenado presidente, como en su momento lo hicieron los partidarios de Le Pen, los italianos seguidores de Bossi, en Austria el presidente de Estiria y quienes acaban de ganar las elecciones de Suiza. Ahora que los turcos acaban de convertirse en el grupo poblacional de mayor crecimiento de Alemania, como el magrebí en Francia, como lo que representan los cientos de ocupantes de las pateras que este año llegaron a nuestras costas y a las italianas.

Una familia musulmana sube la empinada cuesta de Ronchamp camino de la capilla. Nadie puede sentirse ajeno a la belleza del lugar. Nadie puede sentirse extranjero en su entorno. Es un canto a la hermosura, que tanto habían reflejado a su manera los poemas de Cavafis, que mucho más atrás había escrito en sus cuartetas Kheyyam, queda patente en la propia existencia de este lugar. Así lo quiso Le Corbusier. Por ello nunca la puso bajo la advocación de ningún dios, sino de la misma madre de dios, el origen mismo.

Quienes no son a rezar en Lourdes, quienes no pudieron hincarse de rodillas en Fátima, quienes sólo visitaron Covadonga por ver la etapa de la vuelta ciclista a Los Lagos, quienes nada más saben del Pilar que las letras de sus jotas, quienes sintieron que era una burla al espíritu franciscano la catedral que se erigió por encima de la capilla de Asís, quienes entienden que Santa Sofía sigue estando igual de bella bajo la fe de cualquier dios... encuentran en Ronchamp un verdadero santuario. Podría decir que se trata del lugar más hermoso de Francia, pero mentiría. Le Corbusier la construyó allí no porque estuviese en Francia, sino porque estando allí te da la sensación de encontrarte en ninguna parte.

Nôtre-Dame-du-Haut, y no el cristianismo, es la verdadera esencia de nuestra cultura. Porque representa aquello que de verdad tiene de trascendente nuestro ser: el culto a la belleza. La verdadera razón de la nuestra y de cualquier cultura, bajo cuya advocación se alzaron al cielo las piedras de Stonengen, los complejos deportivos de Olimpia y los jardines del Alhambra. Idéntico culto al que reside en las representaciones teatrales del Mahabaratta, en los colores imaginados por Canaletto para una Venezia soñada y que también encontramos en la grandeza de las líneas melódicas de las tonadas de esta tierra. El sagrado don de la belleza. La capilla no necesita ninguna explicación más que sí misma.

Todos guardamos en una esquina de la memoria una mínima capilla en la que encerramos nuestros más gratos recuerdos. Yo tengo la mía propia delante de casa en Vixidel, en la que apenas caben doce personas, pero en la que reside el tiempo detenido. Para que existan recuerdos así existe un lugar como Nôtre-Dame-du-Haut en el pueblo de Ronchamp, para darte cuenta de que la belleza vive en miles de lugares y que por siempre será el mayor patrimonio de nuestra memoria. Porque es en sitios como Ronchamp donde nos damos cuenta de que el culto a la belleza nos hace libres.




<< Volver al llistáu