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Salir del armario

2010 / 04 / 26 - La Nueva España

Salir del armario

Me miró a los ojos y me dijo muy serio: “Soy asturiano y no he dicho «ye» en mi vida”. Lo que, por pura lógica, era mentira: acababa de decir «ye». Una mentira en la que seguramente incidía cada vez que repetía esa frase.

Mi amigo se ofende cuando le digo que lo entiendo perfectamente, que le pasa los mismo que al republicano americano Roy Ashburn, azote de los gays en el Senado de California, al que no le ha quedado más remedio que salir del armario tras detenerlo la policía con una borrachera como un templo en un club de homosexuales. Lo que le falta a mi amigo es salir del armario y reconocer públicamente que no sólo es asturiano sino que además es de un pueblo tan pequeño que no tenía escuela y de un concejo tan mínimo que no tenía instituto y que cuando fue a la escuela se reían de él por ser de pueblo y cuando fue al instituto se reían más por su intento vano de perder el acento. Después estudió en la capital, que es como llaman a Uviéu los que no nacieron en ella y escapó fuera a hacer un máster y conseguir un acento anodino de ser de ninguna parte y un aire de suficiencia de estar de vuelta de todo.

Desde hace unos años se dedica a la política porque según él siempre fue de izquierdas y en Asturies para ser profesional de la política o eres de izquierdas o no te jalas una rosca. Y para ser de esa izquierda moderna internacionalista neoliberal le viene estupendamente no tener acento ninguno y saber mentir mirándote a los ojos y diciendo que no ha dicho «ye» en su vida. Hasta el punto de que, a estas alturas de la vida, ya se lo cree. Aunque, después, cuando salimos de noche hasta las tantas pasa lo que pasa, cenamos más de la cuenta y regamos la cena con todo lo que se nos ponga por delante y acabamos a cacharros de barra en barra hasta que la pilla llorona y empieza a trastabillar con la lengua y a olvidar el acento anodino. Y seguimos siendo amigos porque hago con él lo mismo que con mis amigos gays que no salen del armario: esperar a que ellos lo hagan por propia voluntad o que se queden dentro para siempre. Por una tontería así no merece la pena dejar de ser amigos. Tenemos más asuntos para discutir tal y como está la política actualmente. Lo que no quita para que le siga tomando el pelo cuando me viene con alguna tontería de chiste fácil como “¿A que no sabes cómo se dice «campo magnético» en bable?” Y yo le contesto: ¿A que no sabes como se dice en inglés? Porque, claro, el problema no es que quieran reírse de mi porque hable en bable sino que me ría de ellos por no saber inglés. Porque no paran de decirme: “Es que con el bable no vas a ninguna parte”. Y les digo: Y vosotros con el inglés de mierda que habláis, tampoco. El inglés de Zapatero. El que se puso a la trágala a aprender Aznar después de hacer el ridículo chapurreándolo a lo chicano con una copa de más al lado de Bush.




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