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Arrepentirse

2010 / 02 / 19 - La Nueva España

Arrepentirse

Llegó la hora del arrepentimiento. Estamos acercándonos a mitad de febrero. La celebración del Antroxu nos lo recuerda. Es la última fiesta de la carne. Luego vienen los cuarenta días de ¡pésame Señor!

No estoy hablando de religión. Aunque pueda parecerlo. Ni siquiera por el hecho de estar de moda. Ya reza hasta Zapatero. De algo tendrá qué arrepentirse. Yo, simplemente, hablo del diámetro de la barriga. De los kilos de más. Del colesterol, a estas fechas. La Navidad es la fiesta por excelencia de los excesos. Este año perdí la cuenta de las comidas y cenas. Todo se celebra. Cualquier disculpa es buena para juntarse a comer. Y, como la Navidad no tiene más días que los que tiene, las comidas y las cenas se alargan hasta enero. Todo enero. La última me tocó en Teberga. Me encanta el sitio porque tiene la iglesia enfrente. Para salir de comer, poner cara de resignación cristiana, comentar los pecados de la carne al amigo que va contigo, darte cuenta de que no tienes ningún propósito de la enmienda y plantear, como penitencia, la próxima comida.

En fin, que nos arrepentimos a la tebergana. Que es diciendo: ¡Pésame, Señor… de no haber pecado más! Para esta semana ya se organizó otra. Y me viene de maravilla la fecha y la hora, porque no estoy. Casualmente, trabajo. Suena raro. No me ocurre más allá de dos o tres veces al año que lo haga hasta esas horas. Pero, mira tú por donde, me coincidió en el día. Lo que paso es que les comento que trabajo y, como me conocen, no me creen. Me miran con cara de pecadores incorregibles y se callan lo que están pensando: otro que se arrepiente de todo lo que lleva comido. Este fin de semana, para no perder la costumbre, tocó ir de pinchos. Bocadinos de lujuria más que de gula. Comer por el vicio de comer. Cuando ya no puedes más das un paseín hasta el próximo chigre y ya hiciste hueco para el pincho siguiente. Y si, por su consistencia, el anterior todavía sigue atascado no hay nada que no ayude a bajar un vino o una cervecina.

Vivir en Mieres es pecado. Este tendría que ser el lema de Mieres. O, completando el de turismo del Ayuntamiento: Mieres, para vivir… en pecado. Para que Zapatero, cuando rece, lo haga por nosotros. Para que el arzobispo éste nuevo recién estrenado que nos viene sepa desde el principio que lo va a tener difícil. Porque poner ponemos cara de arrepentimiento. Pero se nos quita a las primeras de cambio. Yo, de hecho, estoy haciendo la digestión de una fartura. Así me sale esta columna. ¡Cuánto me pesa!




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