Perros
2009 / 05 / 12 - La Nueva España
Sábado pasado. Seis de la mañana. Aún es de noche. No hay nada como madrugar para hacer un poco de monte. Sobre todo cuando la noche anterior hubo cena y sobrecena. En Mieres estamos rodeados de monte. No se necesita coger el coche. Ni una persona por la calle. Todo lo más algún alma en pena. Alma, se les supone. Pena, dan pena. De retirada, de esquina a esquina. Haciendo como que mantiene el tipo.
Cruzo el puente de La Perra. Paso frente a la Fonte les Xanes. Subo la primera cuesta. Aparece el primer perro. Suelto. Me mira. Ladra. Sigo mi ruta. Rápidamente se da cuenta que soy más de pueblo que él. Y los perros, a los de pueblo, nos tienen respeto. Cuando no miedo. Saben que conocemos su posición en el orden del mundo. Que no nos vamos a agachar a recoger su mierda. Pero sus ladridos son suficientes para alertar a toda la perrería del vecindario. Que a su vez despierta a la de Siana. Que a su vez altera a la de La Forqueta. Que, de paso, cede el testigo a todos los perros posibles hasta el Picu.
Y en el Picu, más de lo mismo. Otro perro suelto. No hay ganado a la vista. Me mira con esa cara de tonto tan característica de los de su especie. Están saliendo los primeros rayos de sol tras Polio. Me acompaña hasta el mismo cantu. Me entra el hambre. Lo miro y le veo cara de hamburguesa. Con lo bien que los preparan a los de su especie en Korea. Vuelta y vuelta. Con tomate y pepinillos. Delicatessen.
Sigo camín del Llosoriu. Mi compañía desiste. Encuentro más perros sueltos. En esa tierra de nadie que son los pastos que atraviesa el camín. Por lo demás, ni un alma. Partiendo del hecho, que ya probara San Agustín, de que los perros no tenían alma. Bueno, San Agustín también decía que era probable que no la tuviesen las mujeres. Pero, ya se sabe lo poco que sabe de estos temas la Santa Madre Iglesia. Y lo mucho que habla.
Al menos estos perros de monte están a lo suyo. Cuidando ganado. No te metes con la propiedad que custodian y no hay problema. Son currantes. Van a lo de ellos. El convenio laboral por el que se rigen es simple. No es como el de los perros de ciudad, que parecen funcionarios nivel A. Todo mimos, todo afalagos, todo carinas de qué guapos sois, qué bien lo hacéis. Y luego van y cáguente la moqueta. Porque saben que, aunque reciban una pequeña reprimenda, se la acaban limpiando. San Agustín estaba equivocado. Los que no tenían alma eran los perros de pueblo. Los de ciudad claro que tienen alma. Y la venden.