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Otro Primero de Mayo

2009 / 05 / 01 - El Comercio

Otro Primero de Mayo

Como hijo de maestro conservo una de las libretas de trabajos colectivos de toda la clase para mostrar al inspector de enseñanza. Era el modelo de evaluación continuada del profesor de la época. El actual Consejero de Educación tiene que acordarse de ellas. Yo la tengo presente delante mientras escribo este artículo y lo cierto es que no es buen modelo a seguir.

El cuaderno pertenece al curso 67-68, en un escuelina de barrio obrero. Era la segunda vez y última que coincidiría con mi padre como maestro. Dentro de la particular manera de enseñar educación para la ciudadanía del momento, que recibía el nombre igualmente heroico de formación del espíritu nacional, la libreta finaliza cada lección con una consigna. El día dedicado a la exaltación de la cruz la consigna decía: “La cruz es el signo de la redención del cristiano”. La correspondiente a la bandera nacional: “La victoria es de quien persevera”. La del día del caudillo: “La virtud es la mejor nobleza”. La de Cristo Rey: “Reinaré en el corazón de los españoles”. La tan típica de la lección de Numancia: “No puede esclavo ser, pueblo que sabe morir”. Como la del Cid Campeador: “Se va ensanchando Castilla delante de mi caballo”. O la impagable del día de la victoria (como se llamaba por entonces al 1 de abril): “Cuando oigamos insultar a Dios o a la patria debemos reaccionar como hombres”.

Como decía, en medio de consignas y lecciones dedicadas a Franco, José Antonio, el 18 de julio, don Juan de Austria, el Sagrado Corazón de Jesús, San Fernando, el Cuerpo de Cristo, San Isidro Labrador, La Ascensión, el dos de mayo, Francisco Pizarro, Santa Teresa de Jesús, Hernán Cortés, San Francisco Javier, el Gran Capitán, Semana Santa, San Ignacio de Loyola, el cardenal Cisneros, Santo Tomás de Aquino, el apóstol de los negros (San Pedro Claver), el miércoles de ceniza, San Isidoro de Sevilla, don Pelayo, San Hermenegildo, el día de la santa infancia, ¡arriba España!, España: una, grande y libre, los Reyes Magos, Navidad, la Inmaculada Concepción, canciones de juventudes, San José de Calasanz, el día del dolor (el día que mataron a José Antonio Primo de Rivera), los cantos nacionales, el himno nacional, todos los santos, el Domund, el yugo y las flechas, el escudo, la Hispanidad, la trilogía de banderas, los mártires de Valdecuna (por eso estábamos en Mieres)… también teníamos una dedicada al primero de mayo.

El texto oficial decía: “En el día primero de mayo se celebra en todo el mundo la festividad en honor del trabajo. El Papa Pío XII puso esta festividad bajo el patrocinio de San José Artesano. Quiso el Papa que los trabajadores tomen por modelo a San José que ejercía en Nazaret la modesta profesión de carpintero, cumpliendo esa gran Ley impuesta por Dios al primer hombre en el Paraíso Terrenal, cuando dijo a Adán y a Eva: Vosotros y vuestra descendencia trabajaréis para vivir. Todos los hombres tenemos el deber ineludible de trabajar; pues ya decía San Pablo: El que no trabaja, que no coma”.

La fecha del día que se escribe este texto -tan obligada de poner como la consigna, al pie de la redacción-, es la del 29 de abril de 1968. Esa misma tarde, a la salida de clase, cuatro compañeros no encontraron a su padre en casa cuando llegaron. Los esperamos para jugar delante del patio de Les Escuelines, pero se quedaron en sus casas con sus madres y sus hermanos. Sin ellos cuatro no podíamos jugar el partido que teníamos preparado contra los del barrio San Pedro. Así lo indicaba el reglamento.

A la hora del partido estábamos abatidos. Al jugar en campo propio y no tener los once jugadores necesarios para jugar, perdíamos directamente. Hubo un intento de meter a dos camuflados, pero iban a ser fácilmente reconocidos por el maestro que ejercía de árbitro. Al final nos resignamos a perder. Sin jugar.

Llegó la hora del partido. Nos extrañaba el retraso. El único de nosotros que tenía reloj de pulsera nos cantaba el tiempo minuto a minuto. Al final el equipo que no se presentó fue el de San Pedro. No podíamos creerlo. No encontrábamos explicación ninguna. El árbitro levantó acta de su no presencia y nos dio como ganadores del partido. Ni siquiera contó los jugadores de nuestro equipo.

Al final de la tarde, camino de casa, me encontré con uno de los amigos del equipo contrario. Pregunté qué les había pasado. Su historia era la nuestra. Cuatro jugadores no pudieron presentarse porque sus padres habían sido arrestados por la policía. Nosotros no sabíamos nada del primero de mayo. Bueno, no es cierto, algunos compañeros que lo vivían en carne propia de distinta forma a nosotros, sí lo sabían.

Caminamos los dos hacia casa sin saber que decirnos. Ni él vivía en San Pedro ni yo en Santa Marina. No necesitamos hablar más. No sabríamos de qué hacerlo. Lo que estudiábamos del primero de mayo no nos servía de gran ayuda.




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