La generación de Agustín Argüelles
2007 / 10 / 20 - El Comercio
Estamos tan habituados a escuchar que la gran generación de voces de tonada fue la nacida en la última década del siglo XIX, que nos olvidamos con frecuencia de la importancia que tuvieron a lo largo del XX las generaciones que hicieron posible que la tonada asturiana llegara hasta nuestros días como el género más identificativo de nuestra música.
Sin duda aquellas voces seguirán siendo los clásicos por excelencia. Por una razón fundamental y única: se dio la circunstancia de coincidir en el tiempo –las décadas de los veinte y los treinta, previas a la guerra civil-, un grupo de grandes voces y otro de compositores clásicos influenciados por la corriente del nacionalismo musical europeo.
Los nombres de los compositores apenas son recordados, pero sus composiciones y arreglos de temas tradicionales siguen integrando hoy en día entre el 95 y el 100% del repertorio que se emplea en los actuales concursos de tonada. Los principales fueron: Teodoro Cuesta (1829. Mieres), Rufino G. Nuevo y Miranda (1831. Avilés), Víctor Sáenz Canel (1841. Uviéu), Anselmo G. del Valle (1852. La Habana, Cuba), José Hurtado (1953. Madrid), Juan Martínez Abades (1862. Xixón), Saturnino del Fresno (1867. Uviéu), Baldomero Fernández (1871. Uviéu), Benjamín Orbón (1879. Avilés), Ignacio Ruiz de la Peña (1886. Uviéu), Secundino González Magdalena (1887. Uviéu), Eduardo Martínez Torner (1888. Uviéu), Amalio López Sánchez (1899. Xixón), Manuel del Fresno (1900. Uviéu) y Sergio Domingo (1901. Xixón).
Esa generación de compositores convirtió un género absolutamente tradicional como la tonada de la tierra –nombre con el que se la conocía hasta entonces-, en un género culto. Un nuevo género que pasó a llamarse, desde entonces, asturianada. Los nombres de los diez clásicos –una vez pasado el gran éxito de finales y primeros de siglo del Gaiteru Llibardón- siguen resonando en nuestra memoria musical: Ángel González Rodríguez, El Maragatu (1889. Nubleo, Corvera d’Asturies), José Menéndez Carreño, Cuchichi (1890. Uviéu), José Martínez Suárez, Botón (1892. Uviéu), Enrique Cienfuegos Martínez, Quin el Pescador (1893. Uviéu), Enrique Claverol Estrada, Claverol (1892. Uviéu), Santos Luciano Alonso Muñiz, Santos Bandera (1895. Casquellu, Felechosa, Altu Ayer), Obdulia Álvarez Díaz, La Busdonga (1896. Fonte la Plata, Uviéu), Vicente Miranda Rodríguez, Miranda (1897. Uviéu), Prudencio Merino Álvarez, El Polenchu de Gráu (1897. Gráu) y Joaquín Martínez González, Xuacu’l de Sama (1900. Uviéu).
El periodo de la guerra civil no sólo significó un paréntesis sino un verdadero desastre musical. Todo lo que había sido innovación sufrió un parón total. Todas las ideas que habían hecho evolucionar la tonada desde sus orígenes hasta convertirla en un género culto quedaron aparcadas. La mayor parte de estas voces llegaron con buenas facultades a la posguerra. El exilio y la muerte, no obstante, había acabado con algunos de ellos.
La generación que nace en aquellas primeras décadas de siglo va a ser fiel continuadora de la obra de los clásicos. La mayor parte de ellas se forjaron sobre los escenarios de los concursos de posguerra. Son muchas las voces de aquel tiempo que recordamos. Muchas de ellas seguimos contando con la dicha de que sigan viviendo. Me permito recordar apenas un puñado: Juan Menéndez Muñiz, Juanín de Mieres (1905. Mieres del Camín), José González Cristóbal, El Presi (1908. Xixón), Josefina Fernández (1910. Xixón), Silvino Argüelles Menéndez (1919. Tudela Veguín, Uviéu), José Noriega Agüera (1920. Villaviciosa), Dimantina Rodríguez (1920. Quirós), Leonides Fernández Iglesias (1920. Olloniego, Uviéu), Ataulfo Lada Camblor (1921. Orillés, Ayer), José Fernández García, El Tordín de Frieres (1922. Frieres. Llangréu), Gerardo Orviz Iglesias (1929. Santa Bárbara, Samartín del Rei Aurelio), Margarita Blanco (1935. La Collada, Siero), Jaime Caleya (1935. Ayer), Diagmina Noval (1937. L’Entregu), Enrique García Palicio, L’Abogáu (1938. Frieres, Llangréu) y Honorina Redondo Sobero, Nori Redondo (1939. Llabra, Cangues d’Onís).
Con todo y que la guerra civil había dado un verdadero corte en la línea de continuidad de evolución de la tonada, fue principalmente la primera generación nacida en la posguerra a la que le tocaron los peores tiempos. En muchos casos coincidiendo sobre los escenarios con las grandes voces de las décadas anteriores, que continuaban con excelentes facultades.
Pero a la generación de Agustín Argüelles, la que nace en la década de los cuarenta, le toca sufrir en sus carnes la mayor revolución que había ocurrido nunca en el mundo de la música en el mundo entero: el boom del rock –que más bien tendríamos que llamar del pop-.
A esta generación le tocó mantener vivo nuestro género por excelencia, en un momento en que la juventud quería cambiar el mundo y, como una manera más de hacerlo, quería romper con la vieja música. Este corte fue tan impresionante que sólo en esta primera década del siglo XXI estamos asistiendo a una recuperación por parte de una generación joven de los cánones de la asturianada. En muchos casos para volver a hacerlos evolucionar.
Agustín Argüelles (1943. Uviéu) acaba de morir esta misma semana. A una edad en la que su voz seguía siendo impresionante y sus ganas de hacer cosas nuevas eran enormes. No podemos olvidar que junto a Diamantina Rodríguez grabó el disco más impresionante de los años setenta, el dedicado a Torner, haciendo entre ellos unos dúos magistrales.
No puedo olvidar, tampoco, que la semana anterior había sido la propia Diamantina, un cuarto de siglo mayor que él –y lo digo porque ella me deja decirlo y bien orgullosa que está de ellos-, me comentó que Agustín Argüelles tenía ganas de volver a grabar. Tenía, decía, voz para ello. Tenía, también, el deseo joven e innovador de hacer un disco clásico. Conocía las cosas nuevas a las que se estaban atreviendo cantantes mucho más jóvenes que él. Y él seguía teniendo intactas esas ganas de cambiar el mundo –su mundo, el de la tonada-, ya que no lo había podido hacer en el tiempo en que fue joven.
Si este país, Asturies, fuera un país como Dios manda, todas las banderas habrían ondeado a media asta ese día. Ha muerto un verdadero símbolo de nuestra cultura. Ha muerto, con él, una buena parte de nuestra cultura.