La historia de cada día
2009 / 03 / 21 - El Comercio
De todos los personajes entrañables de novela, siempre tuve especial predilección por el narrador de Las guerras de nuestros antepasados, de Miguel Delibes. Como el abuelo del personaje, mi abuelo Ismael se murió pensando que a mí me llegaría mi guerra. Pero, al contrario que el personaje de Delibes, me enseñó que no iba a aprender nada de ellas ni podría contar con orgullo nada de lo que en ella me ocurriera.
Ahora es mi hijo pequeño el que me pregunta por la guerra que no tuve y que no quise. Llegaron en el Instituto a la lección de Carlomagno. Imagínate. Un tal Carlos Martel vence a los musulmanes en Poitiers. Es su abuelo. El mapa que acompaña el texto debe de pertenecer a algún libro de sociales de una ikastola. La escaramuza de Roncesvalles tiene más importancia que Alcuino de York. De hecho, éste no aparece en ningún momento. Ni la escritura carolingia. Ni la arquitectura carolingia. Ni la creación de los “missi dominici”, el primer cuerpo de funcionarios de carácter europeo moderno. Apenas una foto turística de la capilla palatina de Aquisgrán.
Es normal que con sus escasos años y las deficiencias de los planes de educación en ciencias sociales, se sienta solo en mitad de la historia, sin una guerra de la que hablar con su padre, sin una guerra en perspectiva de la que hablar a sus nietos. Qué menos que una pequeña batalla. Un mínimo intercambio de disparos en un ataque relámpago de guerrillas.
No estamos en tiempos de Carlomagno, pero estamos en medio de otra guerra. Claro que no me cree. Le cuento. ¿Recuerdas dónde estábamos el 14 de septiembre pasado? En Mieres, de regreso de vacaciones. La metralla de las bombas de racimo de las batallas que tienen lugar en la otra esquina del mundo llegan hasta un lugar como éste. El 14 de septiembre tuvo lugar una. Fue domingo. El secretario del Tesoro de EEUU, Henry Paulson, explicó a Dick Fuld, presidente del histórico banco de Wall Street Lehman Brothers que, tras rescatar Bear Stearns y las entidades hipotecarias semipúblicas Fannie Mae y Fredie Mac, había decidido dejar quebrar al Lehman.
Era preciso dar un escarmiento a Wall Street. Qué aprendieran una lección ese club de multimillonarios. El Estado no siempre tenía que sacar las castañas del fuego a la pandilla de Davos. Por más que, a finales de enero de 2008, fecha de la cumbre, coincidiera con los primeros bajonazos bursátiles. Era un presagio. Nadie de los asistentes al club quiso darse cuenta. Por lo menos salieron lo bastante sonrientes en las fotos de las páginas salmón y de las revistas financieras como para dar la sensación de que nada iba a ocurrir. Bono siguió con sus gafas fashion. También Carlomagno gustaba de juglares en su corte. A la reina Rania de Jordania aparece espléndida en las fotos. La esposa de Luis el Piadoso, hijo de Carlomagno, tendría una cara similar en su palacio veraniego del valle del Poo, conquistado años atrás a los lombardos por su suegro.
También Alcuino de York estuvo en Davos. Perdón, quise decir Fred Bergsten. La confusión me vino porque el primero era el gran pensador católico de su tiempo y el segundo era, hasta septiembre del año pasado, una de las máximas mentes brillantes del Instituto de Economía Internacional de Washington. Casi un oráculo. En concreto fue el que resumió el espíritu de Davos con una frase brillante que, en medio de las voces agoreras, venía a resumir el espíritu de los allí reunidos: “¡Una recesión mundial es inconcebible!”.
Mi hijo me mira con cara de no entender nada. Recuerda en su inocencia -que por la edad se perdona-, la cara de alguno de nuestros políticos. Ministros incluso. Son más fáciles de entender las lecciones de historia que se resumen en una batalla en Poitiers y en la toma de Padua. Tengo, no obstante, ganas de leer los libros de ciencias sociales del Instituto del año 2050 –al que por genética familiar estoy abocado.
Seguramente la foto del 11 de septiembre abra la lección correspondiente a primeros de siglo XX. Seguirá siendo impactante. Va ser parte de nuestra memoria colectiva el tiempo que vivamos. Pero la historia que surge ese 14 de septiembre, al que todos quitaron importancia y al que siguen remitiendo todas nuestras pequeñas historias locales, será la que ocupará las páginas de texto. El lunes negro que siguió a aquel domingo la Bolsa de Nueva York cayó 500 puntos. Desde entonces el Estado –los Estados- inyectaron billones de dólares para prevenir el hundimiento del sistema. Un intervencionismo ajeno a los tiempos que se vivían. Un intervencionismo en el que seguimos inmersos. Pero, con todo, la Bolsa siguió en caída libre aquella semana. Aún después de aquel fondo de 750.000 millones de dólares que se utilizaron para comprar los activos tóxicos de los bancos.
Resulta más fácil de entender que los nietos de Carlomagno se hayan dividido el Imperio. Parece estúpido. Pero, la perspectiva del tiempo no les hace justicia. Posiblemente dentro de cincuenta años la misma perspectiva del tiempo no se la haga a los políticos, economistas y pensadores de nuestros días. El tiempo no sólo nos hace ver las cosas con una cierta perspectiva, sino también nos hace disponer de la información adicional que ahora no disponemos.