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Espías

2009 / 02 / 05 - La Nueva España

Espías

En el sitio más insospechado siempre encuentras a uno de Mieres. Todos tenemos anécdotas. En el desfiladero de Petra. En un balneario esloveno la noche anterior a que los tanques serbios ocuparan Zagred. En el aparcamiento de un sitio muy poco recomendable. Donde menos te lo esperas. Cuando menos te lo esperas. Menos en Mieres, te los encuentras en cualquier parte. Sobre todo mandando. Es algo sorprendente. El alcalde de Usuaia, el último rincón abajo del todo de Argentina donde Magallanes perdió el norte: de Mieres. El embajador del país de la última guerra en la que se metió Bush: de Mieres. El marido de la única hermana del jefe del cártel de Cali en Colombia: de Mieres. El responsable de toda la red de espionaje que se acaba de destapar en Madrid: de Mieres.

¿Qué digo de Mieres? De Santa Marina. Este último, de Santa Marina, de los de la banda de cuando yo era pequeño. De los que fue a clase con don Raúl, don Gonzalo y don José. La carrera completa. ¿Quién necesitaba más estudios? Yo mismo, como lo dejé con don Gonzalo y marché para el Instituto, vi como se truncaba mi carrera de alcalde, embajador, narcotraficante o espía.

Nos vemos en el José Luis del final de Paseo de La Habana. El mismo bar de la canción de Serrat. Un sitio pijo pijo. Mi amigo el espía siempre para ahí. Es como el Yaracuy por la mañanina o el Carolina un poco más tarde. Conspiración en estado puro. Los pinchos están estupendos. De la conversación del vecino siempre se saca algún provecho. Siempre te encuentras allí a quien querías ver.

Le tiro de la lengua. Quiero que me cuente algo más de lo que sale en la prensa. Le pregunto cuántos días le quedan a la jefa. Al final nos reímos. Seguimos igual que cuando la banda de Santa Marina estaba a pleno rendimiento. Me tira de la lengua. Quiere que le explique algunas cosas que salieron en la prensa de aquí últimamente. Me pregunta cuántos días les quedan a estos. Al final también nos reímos. Seguimos siendo una banda.

Acabamos hablando de fútbol. Del Santa Marina, claro. Cumple sus bodas de oro. Le cuento lo del campo compartido con el Caudal. Y los problemas derivados de ello. No se lo puede creer. En verdad, no se lo cree nadie. Me dice que contemos con él para lo que sea. ¿Cómo espía? No, gracias. ¿Para comer unos pinchos y tomar un café? Cuando quiera. ¿Para convocar a la banda? A lo mejor. Cuanto mayores nos hacemos, peores.




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