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Sola en mitad de la tierra

2009 / 01 / 10 - El Comercio

Sola en mitad de la tierra

Uno de los suplementos del New York Times reunía el pasado año bajo el título de “1000 lugares del mundo que visitar antes de morir”, un pequeño compendio de tópicos turísticos. Tópicos que, no obstante serlo, generan alrededor de ellos importantes ejes de desarrollo económico.

Por más que el informe de 1997 de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la UNESCO se plantee el efecto empobrecedor de la conversión del patrimonio cultural en una simple mercancía, lo cierto es que, en tiempos de crisis, la valoración por parte de los gobiernos y de los propios ciudadanos de este tipo de bienes sube considerablemente. Aunque sea cierto, como también apunta el citado informe, que este enfoque del patrimonio cultural como mercancía genera “un grupo de presión política poderoso y doctrinario, un punto de vista influyente, que obedece a consideraciones de orden comercial, una industria de servicios degradante, de imágenes superficiales y ostentadoras del pasado, la explotación y mercantilización del patrimonio y, lo que tal vez sea lo peor de todo, el rechazo a dejar acceder a su pasado legítimo, como corresponde, a la sociedad (a la cual pertenece dicho patrimonio)”.

Con todo, si eres asturiano, no deja de llamarte la atención el importante número de entradas que tiene España dentro de esa guía de 1000 lugares que conocer antes de morir. Sobre todo porque en ningún momento aparece la más mínima referencia a nuestra tierra. Ni siquiera cuando se cita la importancia del Camino de Santiago como ruta vertebradora de la idea de Europa. El Camino, como cabe suponer, comienza en el sur de Francia, donde confluyen los grandes ramales europeos, entra en España por dos vías que se juntan en Puente la Reina, cruza Logroño, Burgos, León, Astorga y Ponferrada y llega a Santiago de Compostela.

Podemos pensar que es un hecho aislado y que no tiene mayor importancia. Es cierto a medias. Convertido en libro, esos 1000 lugares se transformaron en un superventas en lengua inglesa. Ya existe versión del libro en castellano, aparte de una veintena de idiomas más. Pasando en menos de un año de ser simples artículos en prensa a convertirse en una especie de who is who de los lugares del mundo. Asturies, insisto, no existe.

La herida es más profunda. Como todas las modas, esta de escoger 1000 referentes viene precedido de los 1000 discos que no pueden faltar en tu iPod o de los 1000 libros que debes de leer antes de morirte. Da igual el sistema de recuento que hagamos. Resignémonos a lo inevitable: hay música española, pero ni una sola referencia asturiana; hay libros españoles, pero ni uno sólo de autor asturiano. Asturies, por más vueltas que le demos, dentro de la cultura global, no cuenta nada ni para nadie.

Pero, no importa. Comentando este hecho en algunas tertulias o en una simple charla con amigos sale siempre a relucir la soberbia característica del asturiano: el grandonismo. Ser soberbio, entendido desde el punto de vista religioso o ético, sería un pecado o un defecto; ser grandón es, todo lo más, un simple pecadillo o algo inherente al alma asturiana. Con todo, es el hecho que mejor refleja el desprecio hacia lo propio y el que manifiesta de forma más clara que no existe la más mínima intención de cambiarlo.

Con motivo del paso del huracán Katrina por Nueva Orleans y la devastación que provocó, la revista National Geographic publicó un reportaje sobre la enorme dificultad que tenía la población negra y la de ascendencia francesa para superar tales efectos catastróficos y para recuperarse económicamente. Un término venía a definir esta imposibilidad: la resignación. Pero no se trataba, como podría presuponerse, de un efecto de la profunda educación cristiana de la población. Por el contrario, se trataba de la resignación que genera la soberbia: la aptitud ante la vida que ostenta quien considera que vive en un paraíso y que las desgracias son parte consustancial de su grandeza.

Como a los habitantes de esa Nueva Orleans, a los asturianos no sólo no nos importa estar solos en mitad de la tierra –como señalaba el poema de Garfias musicado por Víctor Manuel- sino que encontramos en ello un motivo de orgullo.

Quedo en Uviéu para comer con el escritor Xuan Bello este viernes pasado. Sin necesidad de incidir en las obviedades de siempre, me habla de los grandes libros de la literatura gallega. Nuestras vecina de al lado. Hicimos recuento de librerías asturianas y no supimos de ninguna en la que poder encontrar uno sólo de ellos. Hicimos el recuento a la inversa y tampoco supimos de ninguna en nuestra vecina Comunidad donde encontrar un sólo libro escrito en asturianu. Es un caso más particular, pero es parte de la misma historia.

En estas pasadas fechas navideñas, me entretuve en visitar varias superficies de esas que ponen, del uno al cincuenta, los libros y discos más vendidos. No es necesario que insista porque, sin necesidad de haberlo comprobado por vosotros mismos, ya sabéis el resultado: en los apartados de rabiante actualidad y superventas tampoco aparece ningún representante de las letras ni de la música asturiana -¡ni siquiera Melendi que en otras ocasiones salvaba el pabellón patrio!

Cuando vivía en Écija, a principios de la década de los ochenta, llamaba la atención en muchas casas un póster en el que aparecía junto al rostro de un campesino con sombrero de paja una frase que decía: “Si el andaluz acomodado piensa en Madrid y el andaluz pobre piensa en Barcelona, ¿quién piensa entonces en Andalucía?” Que podríamos atribuirnos ahora a nosotros que somos los andaluces de la España de entonces en la España de ahora.




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