Amigos
2008 / 11 / 20 - La Nueva España
Este sábado intentaron matarme. Sé que no suena extraño. Esto ye Mieres. Ya estamos acostumbrados a convivir con un cierto grado de violencia. La tensión se palpa en el ambiente. Uno se acaba haciendo a todo. Pero, cuando te toca, te toca.
Y a mí me tocó este sábado. A traición. Con premeditación: unos días antes me hacen suspender un viaje a Dakar. Con alevosía: yo era el único que no sabía nada. Sin nocturnidad: fue a pleno sol, a eso del mediodía, en La Viña de Cenera.
Con la disculpa de que era mi cumpleaños, subimos a comer. Eduardo el de La Viña me esperaba a la puerta. “Tengo un documento del siglo XVII que necesito que veas urgentemente”. Me dije: “¿Un documento del siglo XVII? Eduardo trastornó”. Me cogió del brazo y entramos en el comedor.
Apenas recuerdo más. Tengo media idea de que escuché el “Cumpleaños feliz”. Noté que el corazón me fallaba. Y las piernas. Debió de pasar bastante tiempo. El corazón aguantó. Comencé a reaccionar cuando me vi con un cuchillo en la mano. El instinto de supervivencia. Era para cortar la tarta. Pero me dije: “Con un cuchillo en la mano ya no hay quién pueda conmigo”. Pero pudieron. Tenía un nudo en la garganta y no podía hablar.
Recordé el día que mi madre cumplió mis mismos años. Vivíamos en La Torre. Cantamos, entre otras muchas cosas, las vaqueiradas de la amistad:
“Los amigos de siempre voi dicite como son: pequeñinos cuando piden y grandes de corazón”.
Las recordé este día. Pero, tampoco pude cantarlas.
Recordé hasta la canción de Alberto Cortez que tanto le gustaba:
“A mis amigos les adeudo la ternura y las palabras de aliento y el abrazo, el compartir con todos ellos la factura que nos presenta la vida paso a paso.
A mis amigos les adeudo la paciencia de tolerarme mis espinas más agudas, los arrebatos del humor, la negligencia, las vanidades, los temores y las dudas”.
Pero tampoco recordé siquiera la melodía.
Después de esto, sé que el corazón me va durar un año más. Pero ya no podrán conmigo a traición. Tengo todo el año para vengarme. Les perdono el intento de asesinato. Pero no lo olvido. Ya recuperé la voz. Ya puedo terminar de cantar la vaqueirada de mi madre:
“De los amigos de siempre yo vos quixera contar anque esti cantar ye poco pa lo qu’un amigu val”.
Y, como hablo, ya puedo darles las gracias. Uno a uno