Lunes 9 de agosto.

José Antonio Quirós, Alicia Luna y Nicolás llegaron a Madrid de madrugada. Los comentarios en los periódicos regionales sobre el concierto de Hevia de ayer en el Auditorio de San Javier son muy buenos. Me sumerjo de nuevo en el dolce far niente.
A mi manera. Entre la playa, el Festival de Música y Teatro de San Javier y el Festival Nacional de Cante de las Minas de La Unión. Alicia se dirige a San Sebastián. Un cambio brusco de mar. Veinte grados de diferencia entre las aguas del Cantábrico y las del Mar Menor. Quirós visita de nuevo el diván del montador. Es su psicólogo particular. Un confesor a la antigua usanza. Un mago. Son sus palabras, no las mías: "Un montador es un profesional en el que se refugia un director cuando necesita realmente un psicólogo". Doble trabajo el de Fernando Pardo.

Martes 10 de agosto.

Hoy encontré una hoja con una serie de preguntas que le tenía preparadas a Alicia para este fin de semana pasado acerca de su visión de la película. Visión doble: como coguionista y como jefe de prensa. Tengo muchas notas sobre ella. Algunas ya las fui contando. Otras me las he tragado. Las que tenía ganas de aclarar se quedan mudas hasta final de mes, si el tiempo acompaña en las hamacas de La Concha. Ya tengo ordenadas todas las fotos del rodaje. Solo me queda, al regresar a Asturias, localizar los negativos correspondientes al día que bajaron Quirós y Pedro Costa al pozo Santiago de Aller. En los vestuarios, mientras nos quitábamos el polvo de encima, tuve por primera vez la sensación de que la película iba a hacerse. Hace de esto un año, aproximadamente. Se lo comenté a Quirós. Me dijo que él ya hacía por lo menos dos años que lo sabía. Nos enseñaban de niños que fe es creer lo que no se ve. La pasta de la que están hecha los directores de cine es la misma que la de los apóstoles. "Y que la de los funcionarios", me susurran al oído. Se debe al viejo chiste de por qué los funcionarios no tienen fe: porque no se creen que haya otra vida mejor después de ésta.

Miércoles 11 de agosto.

Signo premonitorio de que a mediodía, con el eclipse, tocaba la hora del fin del mundo, fue que no llegó LA NUEVA ESPAÑA al kiosco de Los Narejos, en Los Alcázares. Llegó la hora H y el día D. Los Testigos de Jehová se dirigían al Salón del Reino, los Neocatecúmenos a una nave habilitada como iglesia, los compradores del mercadillo de Santiago de La Rivera miraban al cielo con sus gafas galácticas y cristales de soldador. El eclipse, tal como vino, se fue.

Jueves 12 de agosto.

Quirós se quedó con ganas de acercarse a La Unión. Las últimas minas cerraron hace apenas cinco años. Su huella en el paisaje perdurará aún muchos años más. Más gris que en el valle del Nalón, más profunda que en el valle del Caudal, más deprimente que en el mismísimo Turón. Subo al acuartelamiento abandonado del Monte de las Cenizas. Ahora convertido en la Reserva Natural de Calblanque. Una vista única. Hacia levante el Mar Menor, la larga hilera de hoteles de La Manga, el mar de plástico de los invernaderos de Torre Pacheco y, en las proximidades, el cérped verde bien cuidado de un campo de golf y su urbanización correspondiente. Hacia poniente la bahía de Portman y las estribaciones que llevan a La Unión y separan de Cartagena. Como tres veces mayor que la playa de San Lorenzo de Gijón, la playa de Portman es la pesadilla más cruel de un ecologista convertida en realidad. Millones y millones de residuos vertidos sobre el mar, compactados en una llanura negra a ras de playa, que a la luz del atardecer se convierten en un escenario único para la segunda parte de Blaid Runner. Este lugar sí merece una película. No sé cuál. Pero no cabe duda que este lugar tendría que existir en todas las guías turísticas. En Asturias, donde no se cierran pozos sino que se concentran yacimientos, tendrían que ver esto. Una visita obligada a los activos ociosos de las empresas mineras de La Unión. Un descenso a los infiernos. En medio del caos, brilla la lámpara del Festival del Cante. Hoy dieron comienzo las semifinales. La plaza del mercado cubierto, acondicionada como Auditorio, es impresionante. Hasta ayer todo fueron grandes figuras. Entre hoy y pasado mañana se decide que quejío lleva a una de las voces a hacerse un hueco entre los grandes.
Viernes 13 de agosto.

Envío los artículos del Diario a LA NUEVA ESPAÑA desde el ordenador de la Casa de la Juventud de San Pedro del Pinatar. Como ya les ha dado algún problema el virus Viernes 13, me pasan previamente un antivirus. Todo va bien. Quriós me comenta que ya existe un copia montada de toda la película.
Pedro la ha visto y le ha gustado. Su ritmo le ha parecido muy bueno. Según sus propias palabras, "llega a emocionar". Apenas he visto unas imágenes montadas. Las mismas sobre las que Hevia prepara una melodía. Me gustaron. Ahora sólo espero que este tiempo de distancia me permita un punto de imparcialidad cuando dentro de unos días vea esta copia, no definitiva, montada. La figura y el trabajo de Fernando vuelve a serme ponderada. Maneja como un virtuoso las imágenes. Su intencionalidad. Quirós me refiere el caso del arranque de la película con las polémicas imágenes del sindicalista Jesús Bonilla, dirigiéndose a los mineros en el embarque del Pozo Tres Amigos. Se encadena con las palabras del ministro encarnado por el mierense Pedro Civera. Se entrecruzan las intervenciones con imágenes reales. Cambia la intención según se ordenes unas y otras. Hablamos de Nicolás, el hijo de Adriana Ozores y de Antonio Resines en la película. Mejor decir, que hablamos del tratamiento del personaje del niño en la mesa de montaje. Su inocencia. Al principio del viaje se cree que se va de vacaciones. Su entereza. No sólo se ha tragado el viaje ficticio sino también el rodaje real. El paso del tiempo se deja ver en su mirada. Un juego, el de las miradas, que obsesiona en verdad al director y que sin duda, está teniendo una especial atención en la mesa de montaje. Hemos hablado de él varias veces. Recuerdo, durante el rodaje, su insistencia en determinados momentos en recalcarles a los actores la importancia de tal o cual mirada. La de Pepón, puño en alto, a la ventana viéndolos partir. La de Nicolás contemplando el arresto de la familia intrusa. La de los hijos de Manuel Manquiña por la ventana del Land Rover de la Guardia Civil. La de Santiago Segura ante el televisor contemplando la entrada de Resines en Madrid.

Sábado 14 de agosto.

Fernando y Quirós se marchan de fin de semana largo para San Sebastián. El lunes es fiesta. Un tiempo de descanso siempre es bueno para reposar y repensar el trabajo. La próxima semana la dedicarán a trabajar en profundidad los sonidos de la película: la mina, la jaula, la manifestación, la carretera, los camiones, el campo, los bares... y el silencio. Y la música. Juan Carlos Cuello empezará a tener cosas importantes que contarnos a partir de la próxima semana. Hablamos de un personaje más que ya se intuía en el guión, que ya tuvo carta de presencia durante el rodaje y que ahora, durante el montaje, se ha acabado por convertir en un secundario de lujo. Se trata del ALSA. No es en verdad una referencia publicitaria en la película. Es un personaje real que entra y sale, que aparece y desaparece. Algo normal, si se piensa en que se trata de una especie de road movie entre Mieres y Madrid. En una película de viaje de estas características y entre estos puntos,
su imagen es tan propia del paisaje como el toro de Osborne o el sol de Castilla. Mañana comenzamos a dirigirnos hacia el norte. De Santiago de la Rivera nos vamos a pasar cuatro días a San Pedro del Pinatar. Son sólo cuatro kilómetros de avance. Pero, sin duda, más al norte. Una buena manera de ir haciéndose a la idea del regreso.