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Ambás

2008 / 11 / 01 - El Comercio

Ambás

Bajo de Cenera donde se celebró la fiesta de la Serondaya –la siembra del tiempo de seronda-. Después del “corderu” a la estaca acompañado de sidra dulce, un acordeonista ameniza la tarde. Suenan los primeros acordes de la jota, la gente salta de la silla y se dispone en fila para bailarla. Desde quienes no cumplieron veinte años hasta los que pasan holgadamente de sesenta, varias generaciones marcan el típico un-dos-tres paso adelante. No estoy hablando de hace cincuenta años. Lo hago de este domingo pasado.

Xose Ambás conduce hacia su cuarta temporada la serie documental “Camín de cantares” de la TPA. Decir que es uno de los mayores éxitos con que cuenta la cadena pública sería caer en un estereotipo. Estamos, en verdad, delante de un caso digno de estudiar en sociología de la imagen. Por varias razones. Voy a intentar explicar algunas.

Primer impacto: estamos ante una serie que se emite los sábados por la mañana, en una franja horaria no muy dada a propiciar grandes éxitos. Y, con todo, sus cifras estadísticas empezaron a impresionar desde las primeras emisiones: el “share” más alto de los sábados y, como media, el doble que la cadena.

Sinopsis de un programa cualquiera: Xose Ambás habla con una persona mayor –normalmente mujer- sobre aspectos relacionados con el folklore musical. Un modelo que conocíamos de otros presentadores y de otras televisiones. Pero, con un detalle inédito: el presentador habla la misma lengua que el presentado. Un hecho insólito: Xose Ambás se comunica de manera natural en la lengua propia de esta tierra.

Me viene a la cabeza la imagen del loado folklorista Aurelio de Llano Roza de Ampudia recorriendo el occidente de Asturies a primeros de siglo XX con traje mil rayas y sombrero canotié y dirigiéndose a sus supuestos informantes en castellano, aparte de transcribiendo en castellano la información que aquellos le dan en su lengua natural de uso. Una imagen que en nuestra tierra se ha venido reproduciendo desde entonces en cuantos folkloristas tuvimos el gusto de ver. Pongan ustedes los nombres que quieran, que acertarán. No es necesario que se remonten exclusivamente a la Sección Femenina y a la radio del Movimiento.

Hasta hace pocos años, gente de la edad de mi abuela, por pueblos de Quirós, Teberga y Somiedo, aún recordaban al personaje. No es de extrañar. Un negro de metro noventa hablando portugués de Angola o un chino con coleta guturalizando el catalán causarían idéntico efecto que el de este blanco atechado bajo el canotié hablando madrileño.

Nuevo impacto: estamos ante la cuarta temporada. Cada temporada cuenta con trece programas, lo que significa que al final de ésta llevarán cincuenta y dos programas. Lo que, igualmente significa, que no sólo se trata de un fenómeno mediático sino que, de cara al futuro, se está elaborando el mayor archivo etnomusicológico en imágenes y voz de Asturies. Y, sorprendentemente, lo estamos viendo hacerse ante nuestros ojos y oídos, porque se está llevando a cabo a primeros del siglo XXI. Cuando se escucha una joya como el romance “En Madrid hay un palacio” al violín de Alfredo el de Tañes –entre tantas otras piezas de tantos otros informantes- no puedo menos que preguntarme: ¿cuántos años lleva anunciándose la muerte de este folklore musical? Recuerdo comentarios al respecto, de finales del siglo XIX, de Juan Menéndez Pidal. Más reciente: las apologías de la tristeza y el continuo levantamiento de actas de defunción de estos géneros por la gente de la radio de los sesenta y setenta, y que aún pregonó su tristeza y su defunción en la televisión de los ochenta y noventa.

Hace veinticinco años las niñas del Valle de Sebarga que jugaban a las palmas delante de la iglesia de Cirieñu cantaban “En Madrid hay un palacio”. Ahora, veinticinco años más tarde, una de aquellas niñas participa en los concursos del circuito de canción asturiana. Rondará los cuarenta años y dentro de otros cuarenta un investigador de campo se seguirá sorprendiendo de que este folklore musical continúe vivo en su voz.

Un impacto más: entro con Xose Ambás en una cafetería de Mieres y todo el mundo lo reconoce. Es una estrella del medio. Pero, a diferencia de otras estrellas de autógrafos y fotos dedicadas, a él se le acerca la gente a contarle historias, a cantarle viejas canciones y a decirle quién en no se dónde las sigue cantando, bailando o recitando. Se necesitaría un programa diario para dar abasto a tal demanda.

El hecho tiene tal trascendencia que la persona que siempre ocultó a su familia que de joven tocó la “canavera” o la “bandurria”, que continúa sabiendo acompañar habaneras y giraldillas a la pandereta, que recuerda de corrido los viejos romances que le trasmitió su madre o que sabe los pasos de la variante del ligero que hacían en las fiestas de su pueblo, vuelve a hacerlo. Y, además, con el pleno reconocimiento personal de que guardó un tesoro, de que es dueño de una riqueza inmaterial enorme, de que tiene una historia que contar.

Aún más, encuentra en esa pantalla anónima que siempre habló de cosas que ocurrían en el otro extremo del mundo y que tan poco tenían que ver con su propio mundo, a alguien que habla su propia lengua, que canta sus canciones y entiende a su gente. Alguien que le devuelve la dignidad que una lengua ajena, una música extraña y una gente a la que hizo por entender, le habían arrebatado.

Aunque la TPA sólo sirviese para esa media hora semanal que dura el programa estaría más que justificada su existencia –digan lo que digan los modernos de turno que rigen las parrillas de programación de todas las cadenas y que se sientan delante del programa y no son capaces de entender que algo sí tenga audiencia.




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