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Mourinho asturiano

2013 / 02 / 04 - La Nueva España

Mourinho asturiano

Descarado que Mourinho es asturiano. O, por lo menos, alguien de la familia lo era, y él lo heredó todo: ye grandón, ye babayu y ye faltosu. Las tres características básicas de todo buen asturiano. Si al don Pelayo de Covadonga le quitas la malla y la faldina y le pones un chandal, ye claváu a Mourinho. Grandón como nadie, con una cruz en la mano, diciendo aquí estoy yo, engaramáu en un pedestal. Babayu como el que más, cuando dijo que con cuatro amigos pastores acabó con cien mil moros. Faltosu cuando comentó que los iba a echar a todos otra vez al mar (y se necesitaron setecientos años para conseguirlo).

Por eso no es de extrañar que cada vez haya más madridistas en Asturies. Cuando yo era pequeño, en el pueblo, del Real Madrid sólo eran el jefe de puesto de la guardia civil, el alcalde de la falange que lo habían puesto a dedo desde el gobierno civil, las hijas del señor conde que eran tan modernas que iban al fútbol y el carnicero, que era en verdad el que era más del Madrid que el resto porque con el hachu en la mano nadie le discutía un gol.

El partido Real Madrid-Barcelona que más me gustó lo vi hace años en Marraquech, en el Café de La France. Las chilabas blancas no llamaban tanto la atención. Pero las chilabas blaugranas era la primera vez que las veía en mi vida. Si te fijabas un poco notabas más diferencias: los moros solían ser del Madrid, los bereberes del Barça. En medio de la sala, con la cabeza rapada de haber recibido la iluminación por haber visitado recientemente los sagrados lugares, un especie de moro Muza insultando en general a todo lo que representaba el Barça. En francés moruno se le entendía farfullar cosas como “catalans de merde”. Al fondo, entre tinieblas y humo –se fuma en los cafés-, un bereber de barba chivo hacía lo propio de todo lo que representaba el Madrid y los madridistas.

Este miércoles pasado volvieron a jugar el Real Madrid y el Barcelona. Como estaba en Mieres fui donde paran los musulmanes de Mieres, que se llama, como no podría ser de otra forma, La Meca. Como en el Café de La France aquí también ven el partido, sin matarse entre ellos, los moros y los bereberes. Con un diferencia grande: en Marraquech en todas las mesas había té de menta y coca-cola; en Mieres, cacharros y pintes de cerveza. Pero, el resto era igual. Sin chilabas. Pero, también en medio de la barra, con otro moro Muza idéntico en mitad del chigre descargando su complejo de inferioridad contra los catalanes. Y, como no podía ser menos, un bereber canijo al fondo despotricando contra los del Madrid. Al final empate a unos. No hubo posibilidad de ensañamiento de una parte con la otra. A los propios jugadores y a los que no da igual por el fútbol, nos queda la misma cara tras el partido: nos importa un pijo la rivalidad de las aficiones. Como ellos, pagándome bien, puedo ser moro o bereber. Es más, puedo ser moro por la mañana y bereber por la tarde. O más aún, después de dos cañas y tres cacharros, puedo ser las dos cosas a la vez y las contrarias.




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