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Pretérito Perfecto

2011 / 12 / 07 - La Nueva España

Pretérito Perfecto

Por cuestiones de trabajo me tocan tantas conferencias, actos, reuniones y demás que, es fácil de entender, tuve que desarrollar técnicas de supervivencia para no morirme de aburrimiento en los tostones, técnicas de salvación para aquellas de las que es necesario huir como de la peste y técnicas de concentración para aquellas otras, tan pocas, que están bien. Éstas últimas, las de concentración, como la mayor parte de nosotros sólo asiste a aquellos actos que le interesan, las tenemos puestas al día. En cambio, las de salvación, también llamadas las de sálvese quien pueda, sólo acabas desarrollándolas después de mucho coñazo, después de sufrir como un perro para no dormirte en el asiento y después de un ataque de ira contra ti mismo por preguntarte una y mil veces qué hago yo aquí soportando este tostón.

Pero, como buena parte de las veces, cuando te toca algo de esto, no te queda más remedio que asistir, se necesita tener a mano un amplio repertorio de técnicas de supervivencia. La mayor parte de ellas absolutamente estúpidas, pero no por ello menos útiles. Comencé con ellas de crío. En el instituto teníamos una profesora de geografía insufrible. Muy buena persona, porque al final todos aprobábamos por el simple hecho de ir a clase. Pero el simple hecho de ir a clase era un tormento. Solución: los compañeros echábamos apuestas sobre los adverbios terminados en mente que diría a lo largo de la clase. Dependía del día: a veces ganaba sobradamente, otras lo hacía seguramente y, casi siempre, suficientemente. Pero podías escoger muchos otros. Alguna vez nos dedicamos a contarle todos los adverbios en clase: pasaba de cien; a una media de dos por minuto.

Me vino esto a la cabeza después de asistir hace un par de semanas a la conferencia de un ex dirigente sindical y político que acaba de escribir un libro. Podría ser interesante lo que contaba. Pero acabé recordando los ejercicios de supervivencia a partir de advertir la desproporcionada cantidad de veces que repetía el pretérito perfecto en su perorata, por lo general, como ocurre siempre con los asturianos, mal empleado. He ido, cuando debería de decir fui. He dicho, por no decir dije. He podido, en vez de pude. Con lo que, inconscientemente, acabé olvidándome de la conferencia y terminé centrado en las raíces profundas de la estupidez del discurso de nuestros sindicalistas y políticos. No es que no los entendamos. Es que hablan mal. Empiezan por no saber lo que dicen y terminan diciendo lo que no saben. Como cuando éste dijo “me he marchado” y debería haber dicho “me echaron”. Abusando del pretérito perfecto cuando ellos, como ex políticos o ex sindicalistas, son pretéritos imperfectos. Y, la mayor parte de las veces, de subjuntivo.




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