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Mira mi pecho tatuado

2011 / 08 / 17 - La Nueva España

Mira mi pecho tatuado

Por razón de edad uno acaba pensando que ya ha visto de todo. Sobre todo en política. Pues, no. Acabo de encontrarme con una concejala de festejos con un tatuaje de una gaviota en el hombro, un top con estampado de piel de tigre, una faldita corta modelo manga japonés, tacones a aguja al límite del equilibrio y medias de brillo. Todo junto. Y señalo en último lugar lo de las medias porque estamos a 33º y son las dos de la madrugada. La orquesta lleva más de una hora tocando temas de repertorio verbenero del tipo “Help, ayúdame, en tu amistad he puesto toda mi fe”. La gente tiene gana de chunda chunda y cacharru. La mezcla, con el calor, es explosiva. El aroma a ginebra de sobaco inunda el ambiente. Pero la concejala está exultante. Saluda a diestro y a siniestro. Diestros son los de su partido. Con su alcalde a la cabeza se sientan todos en una mesa en primera fila. Muchos siniestros se acercan a la mesa a rendir pleitesía. Bueno, a estas horas, no se sabe a ciencia cierta quién rinde pleitesía a quién. Uno de ellos lleva una camisa roja satinada. Todo menos discreta. Nunca he visto ninguna así en el escaparate de una tienda. Deben de hacérselas de encargo. Mi concejala preferida va de reina de las fiestas. No necesita banda que lo acredite. Es un pueblo pequeño y, a pesar de la cantidad de guiris como yo mismo, todos la conocen. No sólo se hace ver por su atuendo, también contribuye a ello su pelo rubio platino y su bronceado oro. Además tiene la ventaja de, aun estando entradina en años, ser flaca. En una mesa de esposas de otros políticos, gordas y pechugonas. En una fiesta de pueblo donde la carne se expande en todas direcciones y brilla bajo la luz de los focos sobre las perlas de sudor. Y ser flaca significa no sudar de gota gorda, moverse como una anguila entre la concurrencia saludona y saberse en todo momento observada y envidiada.

En un momento determinado del ole ole de la fiesta me encuentro justo detrás de ella. Un amigo me susurra al oido lo del tatuaje. Una gaviota pepera, en todo su esplendor, con las alas extendidas. No me lo puedo creer. Saco el móvil y le saco una foto. Es mi foto del verano. Luego viene la desilusión: hay poca luz, la concejala no para de moverse y el rubio de su cabellera sobresale por encima de cualquier otro matiz. De todas formas, cada vez que la vea, mi imaginación cubrirá los detalles que faltan. La capacidad para la sorpresa de nuestra clase política es impresionante. La banda siguió tocando un buen rato después de habernos ido. En un momento, cuando montábamos en el coche camino de casa, sonaban los primeros acordes del tema “Tatuaje” de Rafael de León Arias. La voz no era la de Cocha Piquer. Pero el tatuaje de la noche tampoco estaba en el pecho.




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