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Eurodiputado

2011 / 04 / 19 - La Nueva España

Eurodiputado

Digan lo que os digan, lo de eurodiputado no es ningún chollo. Antes, por lo asqueroso de irse a vivir a sitios tan horribles como Bruselas. Ahora, porque además, pretenden quitarles a los eurodiputados viajar en primera clase en el avión. Lo que ya es el colmo. Uno puede ser eurodiputado, pero no gilipollas. Después de estar pringando toda la semana en un sitio de mierda como Bruselas. Donde empieza a oscurecer a las cuatro de la tarde. Donde cierra todo a partir de las seis. Donde tienes que acabar cenando en el hotel porque no se encuentra ni un sitio decente para cenar después de las diez de la noche. Después de todo eso y de aguantar sesiones maratonianas con un pinganillo en la oreja en la que una voz de ascensor traduce lo que le apetece de lo que dice el orador. Después de asistir a comisiones de trabajo de temas aburridísimos en los que ponen todo su entusiasmo diputados de sitios más espantosos que Bruselas y que están encantados de la vida de pasar toda la semana en un sitio como ése. Llega el fin de semana. Todos los eurodiputados de los países en los que merece la pena vivir se lanzan al aeropuerto como poseídos. Van hacia la luz. Huyen de la antesala del infierno. Y pretenden que, después de tanto esfuerzo y sufrimiento, vengan en segunda clase. Con las piernas encogidas. Con las rodillas dobladas. Sin la prensa económica del día. Sin nadie que te ofrezca un mísero café. Sin el servicio a dos pasos. En medio de una excursión de vándalos que bajan al sol a poner como gambas. Me niego. Y entiendo que se nieguen todos los eurodiputados. Porque eso no va en el sueldo. Cobran menos que sus compañeros de los países horribles del norte. Gastan más en comida y en depresivos. Y les quedan secuelas para toda la vida. Además de la cara de amargados que presentan durante su estancia. Pierden color. Desguazan el colesterol y los triglicéridos. Sufren falta de vitamina C. Encanecen y se quedan calvos. Engordan a lo finlandés. Se les pone cara de tontos a lo sueco. O de avinagrados a lo inglés. Sufren insomnio. Y sólo sueñan con poder coger el avión el viernes, estirar las piernas, leer la prensa económica antes del despegue y dormir plácidamente durante el trayecto. Que, además, en el caso de los asturianos, ni siquiera los trae directos a casa. Al menos tendrán una escala. Con sus retrasos correspondientes. Con sus pérdidas de maletas. Con la llegada a casa a la hora del rey Pedro y pensando, desde el momento del aterrizaje, que en dos días están de vuelta. Al horror. Al frío. A esa panza de burra que es el cielo del centro de Europa nueve meses al año. No me extraña que, con las elecciones municipales cerca, todos quieran ser concejales. O diputadinos autonómicos. Lo que sea antes de volver a Bruselas. Y, además, en segunda clase.




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