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Alegato contra la pureza

2011 / 02 / 05 - El Comercio

Alegato contra la pureza

Fui con mi tío Pepe a ver la final del concurso de canción asturiana de Teberga, a principios de los años setenta, en el teatro-cine Gonal. Lo ganó María Rosa Quero, La Pastorina, a la que le faltaban aún dos o tres años por ser la artista más conocida de Asturies con su “Asturianos emigrantes”.Una vez dado a conocer el veredicto del jurado me cogió de la mano y salimos del local:

-Estos consiguen terminar con la canción asturiana en un par de años –me dijo.

No entendí el porqué. Quizás porque la cantadora se había presentado a concurso con un short (prenda de vestir que nunca más volvió a ponerse de moda). O quizás simplemente porque representaba a una joven generación con ganas de comerse el mundo y de hacer cosas diferentes.

A partir de entonces esa cantinela la escuché muchas veces, en momentos diferentes y por gente diferente. Con un micro en la mano, presentadores de concurso. Desde un micro en la radio, comentaristas. En la prensa, hablando de la edad de los participantes o de la poca juventud entre el público.

Hace diez años, cuando Mariluz Cristóbal Caunedo acababa de publicar Onde la ñublina posa y Anabel Santiago Al son de la lluna, otro reputado cronista de la tristeza volvía a incidir en que esto no era tonada y que estos jóvenes iban a terminar con lo poco que quedaba de ella.

De esta historia –por más que parezca tan nuestra-, habla el poeta José Luis Ortiz Nuevo en su libro Alegato contra la pureza, publicado en 2010 y complemento de otro publicado anteriormente. Como investigador de la cultura del flamenco, entre 1975 y 1987 entrevistó y recopiló las memorias de cantaores ilustres como Pepe el de la Matrona, Pericón de Cádiz, Tío Gregorio Borrico de Jerez, Enrique el Cojo y Tía Anica la Periñaca. A este libro podría considerárselo un ensayo; pero no pretende nunca ser más que un alegato.

Antonio Machado pasa por ser el primer gran defensor de la pureza del flamenco. En su Colección de Cantes Flamencos, publicada en Sevilla en 1881, llega a escribir: “Los cafés matarán por completo al cante gitano en no lejano plazo, no obstante los gigantescos esfuerzos hechos por Silverio para sacarlo de la oscura esfera donde vivía y de donde no debió salir fuera si aspiraba a conservarse, puro y genuino”.

Cuarenta años más tarde, Manuel de Falla seguía insistiendo en lo mismo se propuso organizar junto a Federico García Lorca el primer concurso de cante jondo del que se tiene noticia. Decía Falla al respecto de su propósito: “Queremos purificar y hacer revivir ese admirable cante jondo, que no hay que confundir con el canto flamenco, degeneración y casi caricatura de aquel”. Federico, más poético, con el alma más romántica, exlamaba en la misma línea: “¡Señores, el alma musical del pueblo está en gravísimo peligro. El tesoro artístico de toda una raza va camino del olvido!”

A todos ellos, a los de entonces y a los de hora, les dijo Tomatito su famosa frase: “¡Que se vayan a chupar lámparas!”. Y José Luis Ortiz lo suscribe. El título de su libro no llama a engaño. No se trata, como señalaba anteriormente, de un ensayo, aunque pueda servir para ello. Tampoco de un trabajo de investigación, aunque se ve que cuenta con información de primera mano y de mucho trabajo detrás. El autor quería escribir un alegato y lo ha conseguido. O sea, expone sus razones con el propósito de impugnar las de sus adversarios.

Un libro absolutamente recomendable para los amantes del flamenco. Pero, desde Asturies, aún lo es más para los amantes de la asturianada. Porque el libro, a base de desmontar agonías, voces de agoreros o de simples faltos de espíritu, nos hace reir y nos hace darnos cuenta de la larga vida que les espera a todos los cantes de raíz, llámese flamenco, asturianada, fado, sean-nós, napoletana, rembétika, laughniya, raï, tango, choro, samba, son, blues, enka o ghazal.

“Yo reniego de los falso, que no es contrario de los puro, sino de lo verdadero”, viene a concluir José Luis Ortiz Nuevo. Un libro que llega en muy buen momento, una vez declarado el flamenco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y vuelven con más fuerza los supuestos “entendíos” a hablar de pureza, de endogamia (“en cinco familias gitanas reside el verdadero flamenco”) y la tribu (“lo gitano es lo verdadero”).

Y, como decía el poeta Julio Llamazares en la Poética de su antología de poemas en el libro Postnovísimos de Luis Antonio de Villena: “La endogamia y la tribu, en la poesía como en la vida, producen solamente sangre dulce, perros de raza y niños tontos”.




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