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52 minutos de peaje

2008 / 04 / 05 - El Comercio

52 minutos de peaje

Salí el día anterior de Els Poblets, a las afueras de Denia. La televisión llevaba anunciando mal tiempo para el domingo y no tenía ganas de meterme novecientos kilómetros entre pecho y espalda de un tirón.

Llegamos para cenar y dormir en Madrid. Bastante tráfico, como se esperaba, a la altura de Belinchón y, antes, en el entronque de Valencia con la autopista a Madrid. Pero nada fuera de lo normal. Los previsores que acortaban un día las vacaciones y los que no tuvieron más remedio. Con todo, la entrada a la capital por la R3 estaba como siempre completamente libre.

Al día siguiente, con la radio anunciando tormenta tras de tormenta y nieve según avanzaban las horas de cien en cien metros más baja, tomamos la ruta del norte camino de casa. Era algo más de medio día y la entrada a Madrid por la A6 estaba colapsada hasta bien pasado el túnel del Guadarrama.

Para seguir tomándonos las cosas con tranquilidad paramos a comer apenas una hora después de salir en Medina del Campo, aprovechando para quedar allí con mi hermano y su familia que bajaban de Santander y aún les quedaba el viacrucis de entrar en Madrid. Cuando emprendimos viaje, a eso de las cinco de la tarde, el colapso hacia la capital ya llegaba a la propia Medina.

El viaje al norte, como suele ser habitual, mucho más relajado. Algo más de tráfico del que se encuentra en otras fechas, pero nada como para tener la más mínima retención en ningún momento del camino.

Ni siquiera las llamadas de atención de los carteles luminosos de la autopista recomendando el uso de cadenas disminuían la marcha de los coches. Habíamos pasado León y la nieve apenas hacía más acto de presencia que chisporroteando de vez en cuando y no llegando apenas al parabrisas.

Todo bien hasta pasar León y faltar cuatro o cinco kilómetros para llegar al peaje de La Magdalena. Un Land Rover de la Guardia Civil marcha atrás por el arcén mandaba reducir la marcha. La primera imagen que se te viene a la cabeza es la de un accidente.

Detrás de la curva encontramos la inmensa cola que se dibujaba serpenteando y se perdía al fondo. Al momento me di cuenta que se trataba del peaje. Justo en el momento en que el avance de noticias de la radio recomendaba precaución por la fuerte tormenta que afectaba a la circulación por la autopista del Güerna. Justo, igualmente, en el momento en que una rayadina de sol mostraba los colores magníficos de la desolación de esta comarca leonesa.

52 minutos en primera y parando hasta llegar a la taquilla de cobro. Ha pasado algo más de una semana y todavía la indignación me hierve la sangre. Después de ochocientos kilómetros largos sin el más mínimo problema de tráfico, para entrar en casa me retienen 52 eternos minutos, uno tras otro, de los que pasan sin ninguna prisa, de los que agotan la paciencia.

Después tocaba lo peor del puerto. Seguía la radio anunciando nieve, pero apenas había siquiera en Caldas de Luna. Ni los anuncios de niebla habituales del túnel llevaban razón. Otra rayadina de sol nos permitió ver soberbias las Ubiñas. Continuamos con ella hasta la altura de Xomezana.

Para parar de nuevo en el peaje de Campomanes. Esta vez una retención bastante menor en tiempo. Debía de ser porque llevaban rato ensañándose con los que intentaban salir de Asturias. La cola cruzaba el viaducto y traspasaba la salida al Puertu Payares. Luego, al día siguiente, las imágenes de la prensa mostraban como por momentos esta cola llegó hasta la misma Pola.

Pero fueron estas imágenes las que más me indignaron, junto al comentario de que todo se había debido al temporal de nieve. Comentarios que sin duda tuvieron que mover a la carcajada a los directivos de la autopista. Una carcajada que ni siquiera se les habrá helado en la cara al ver la ola de indignación que reflejaban los medios de comunicación al día siguiente. El beneficio económico de mis 52 minutos de retención da para que su sonrisa de oreja a oreja les continúe semana larga después.

No me apetece, en verdad, llamar la atención de nuestros políticos sobre sus cientos de promesas incumplidas acerca del peaje en el Güerna. Resultan cansinos todos sus comentarios. Como a ellos les resultarán los míos. Los de cualquiera de nosotros.

Me indigna mucho más que la Guardia Civil tenga que cumplir funciones de chacha de una empresa privada por poner un obstáculo en medio de una vía pública y tener que alertar a los conductores que reduzcan su velocidad porque la legalidad los ampara. Y va a continuar amparándolos hasta que mi hijo pequeño se jubile.

Y, en serio, no me indigna pagar. Lo hice de Ondara a Valencia y volví a hacerlo voluntariamente al coger la R3 para entrar en Madrid. Y, al día siguiente, la salida de Madrid por el túnel de Guadarrama. Pero, en todo momento, una buena dotación de cabinas y personal y de cabinas automatizadas, permitía una mínima demora. Y, en ningún momento, generaron tal atasco que hacieran peligrar la conducción.

Si la falta de medios produce un atasco de 52 minutos –en mí caso-, la mejor solución es abrir las barreras. La única posible. El resto es una vergüenza.




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