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De ser paraíso, mejor fiscal

2009 / 03 / 07 - El Comercio

De ser paraíso, mejor fiscal

La crisis asturiana ya se veía venir desde 2007. Una serie de datos del Ministerio de Industria español la evidenciaban. Las empresas españolas, según su informe del último semestre, habían canalizado 101 millones de euros hacia paraísos fiscales oficiales –los no oficiales, que son bastantes más, no cuentan en el informe-. 42 millones procedían de empresas madrileñas, 28 de andaluzas, 20,5 de empresas gallegas, 2 apenas de catalanas y 1,5 de valencianas. Sumando se comprueba que en el reparto de los restos se encuentran las demás comunidades y, hacia el final, Asturies. No contar económicamente ni para evadir impuestos a través de la BV (Besloten Vennootschap) holandesas o de filiales de empresa en paraísos fiscales, es como no existir.

Desde crío uno de mis paraísos particulares es Gibraltar. Aquello de que no fuera español destapaba la imaginación. La historia de la verja. La continua reivindicación del territorio por parte de nuestro profesor de Formación del Espíritu Nacional. La llamada a arrebatársela a la pérfida Albión. Nosotros –los críos de aquélla que ya éramos malos como los de ahora- le recitábamos de memoria la cláusula correspondiente del tratado de Utrecht, que decía: "El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortaleza que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno".

Hoy Gibraltar ya no incendia el patriotismo de nadie. Ni siquiera tras la toma heroica de la isla de Perejil. Tiene cerca de treinta mil habitantes. Un inglés genial, único y reconocible en todos los países de la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth of Nations). Gibraltar se pronuncia Yibrolda, con esa y griega que sólo saben pronunciar así los gaditanos. Sólo si eres capaz de defenderte en inglés en Gibraltar sabes que no tendrás ningún problema con las variantes australiana, escocesa o de Sri Lanka.

La pena fue que, de la que los ingleses se quedaron con Gibraltar y Menorca, no lo hicieron también con Castropol. Por un lado tendríamos una hermosa variante del inglés con acento gallego. Por otro, un paraíso fiscal a las puertas de casa. Ribadeo cumpliría la función de Algeciras. La Mariña de Lugo posiblemente estaría igual de deteriorada, especulada y fea. La de Lluarca a Llanes contaría con esas mansiones espectaculares de estilo ecléctico y dueño conocido pero gestionadas desde una empresa radicada en el paraíso fiscal, como ocurre en este momento desde la costa de Cádiz a la de Málaga.

Castropol podría tener los mismos treinta mil habitantes de Gibraltar. Pero el estado español le habría concedido, como ocurrió con Gibraltar en el 2002, cien mil números telefónicos pertenecientes al plan de numeración español. Y, además, la Unión Europea le permitiría, al menos hasta el 2010 por ahora, que allí pudiesen seguir registrándose las sociedades ficticias especializadas en la especulación, el blanqueo de dinero y la financiación de operaciones al margen de las leyes a las que estamos sujetos el resto de ciudadanos comunitarios.

La pena, en verdad, es que cuando se declaró Asturies soberana frente a la invasión napoleónica y le pedimos ayuda a Inglaterra enviando allí nuestros mejores embajadores, no se nos haya prestado con todas sus consecuencias. No se vive mal siendo ex colonia británica. La mayor parte de los paraísos fiscales lo son. Las Islas Caimán, por ejemplo. El paraíso financiero por excelencia para los españoles. Colonia británica hasta 1962. En la actualidad territorio británico de ultramar. Como las Islas Vírgenes. Como las Malvinas, de recuerdo cercano. Como Montserrat, que con nombre de virgen catalana está en las Antillas. Cuando no miembros de la Commonwealth de pleno derecho que siguen manteniendo a Isabel II como jefe de Estado, como Antigua y Barbuda, Las Bahamas, Barbados, Belize, Granada (que en inglés escriben Grenada), Jamaica, San Cristóbal y Nevis, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía… O simplemente miembros de la Commonwealth sin necesidad de contar para nada con su reina, como Singapur, Trinidad y Tobago, Mauricio, Maldivas, Seychelles, Dominica, el Sultanato de Brunei…

Hace dos veranos volví a Gibraltar. Lo hice con mis hijos. No lo conocían. Inmediatamente se quedaron prendados de su manera de hablar. Como me había ocurrido a mí a primeros de los setenta, la primera vez que la visité. No ha perdido ni un ápice de su encanto romántico. De aquí era la madre de Corto Maltés, gitana. Volvíamos de Siena, de visitar la exposición sobre la obra de Hugo Pratt, “Periplo immaginario”. Una gitana gibraltareña inmensa y hermosa, en un dibujo suyo original, te recibía en la entrada del Palazzo Squarcialupi. Después podías recorrer a través de sus salas todos los paraísos que había visitado y con él su personaje más conocido, Corto Maltés.

Después, al darnos cuenta que se iba terminando agosto, regresamos a Asturies. Donde nunca había estado Corto Maltés. Donde la publicidad institucional dice que somos un paraíso natural. Donde lo cambiaríamos tranquilamente por ser, simplemente, paraíso fiscal. Donde no existe un lugar, como el que se describe al final de la Fábula de Venecia, de Hugo Prat, que ocurra como “cuando los venecianos –algunas veces son los malteses- se cansan de las autoridades van a esos lugares secretos y, tras abrir las puertas al fondo de esos patios, se van para siempre hacia países maravillosos y hacia otras historias”.




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